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domingo, 27 de diciembre de 2009

La muñeca de mi madre



La niña que está en la fotografía de la izquierda es Ana Rita Mejía Arango, de aproximadamente cuatro años. Lleva el collar de perlas de la tía abuela Luisa Arango Jaramillo.
Los tres niños son: Cecilia, Gilberto y Germán Arango Mejía.



Por: Cecilia Arango Mejía. Buga, diciembre 24 de 2009

Cuatro años tenía Ana Rita el 29 de diciembre de 1.920, cuando sus padres, como buenos paisas, aficionados a pasear, decidieron hacer un viaje a Buenaventura para conocer el mar.

Bajaron de la ciudad de Manizales situada en las laderas del volcán nevado del Ruiz. Cruzaron la parte plana del valle del río Cauca. En un planchón pasaron a la margen izquierda de este caudaloso río que avanza hacia el norte bordeando la cordillera occidental, hasta llegar a las llanuras de la costa norte de Colombia; allá inclina su curso para encontrarse con el majestuoso río Magdalena. El Cauca es el principal afluente del río más importante de Colombia: el río Magdalena.

La familia llegó a la Sultana del Valle, a Cali, la capital del Departamento del Valle del Cauca, hermosa y alegre ciudad de clima cálido y gente amable, cruzada por el rumoroso río Cali. De esta ciudad dijo nuestro gran poeta llanero Eduardo Carranza: “Cali es un sueño atravesado por un río”.

De Cali viajaron en tren hasta Buenaventura. Llegaron al Hotel Estación, elegante y antiguo hotel de esa ciudad. Este edificio es patrimonio histórico de Buenaventura, del Valle del Cauca y de Colombia, porque en él se ha hospedado durante muchas décadas, gente importante del Valle del Cauca y de Colombia.

El tren salía muy temprano de Cali y llegaba muy tarde a Buenaventura; era y es un viaje largo, subiendo desde el Valle del Río, trepando despacio y bordeando abismos hasta llegar a la cima de la Cordillera Occidental; luego desciende por entre la selva virgen, sin acelerar la locomotora, dibujando curvas peligrosas y cruzando puentes. Este lado de la cordillera tiene varios ríos y cañadas. El tren parece una enorme serpiente que baja por aquella espesa vegetación, buscando el Océano Pacífico.
Llegaron muy cansados por el largo viaje y el calor sofocante a nivel del mar en la zona tórrida. Se bañaron, cenaron y se fueron a dormir. Al día siguiente muy temprano, viajaron a La Bocana. Un pequeño barco cruzaba la bahía, la hermosa Bahía de Cascajal o Buenaventura, la mejor de Suramérica sobre el Pacífico. Este barquito los llevó de oriente a occidente; casi llegando a mar abierto desviaba su rumbo hacia la esquina norte de la bahía; allí se encuentran las playas de La Bocana, frente a la inmensidad del océano.

Cambiaron su ropa de viaje por el anticuado vestido de baño; el de doña Cecilia era un camisón de seda roja con arabescos negros; las magas al estilo japonés cubrían sus hombros. El escote moderado, la falda un poco larga, caía una cuarta abajo de las rodillas. Completaba singular atuendo un calzón bombacho de la misma seda, con elástico en la cintura y en el borde de la manga del pantalón que llegaba hasta la mitad de los muslos. Ella se sumergió y flotó por mucho rato disfrutando el vaivén de las olas. Cuando salió, el camisón húmedo dibujaba la esbelta y bien formada figura de la linda abuela. Por esa época tenía 22 años.

El vestido de don Bernardo: camiseta y pantaloncillos a la rodilla; las dos prendas tenían rayas horizontales negras y blancas; así lo usaban los actores del cine mudo. El también lucía guapo, buen mozo como decimos los colombianos. Su piel blanca, cabello y ojos castaños; fuerte y joven, tenía 28 años. Con el agua a la cintura, sostenía en sus brazos a la niña. Esta niña no tenía traje de baño, solamente llevaba sus pantaloncitos blancos.

Después del baño se sentaron sobre la arena; ella muy bonita, con la cara rosada donde se destacaban sus maravillosos ojos azules, azul de montañas lejanas; su cabello castaño, brillaba con los rayos del sol.

Mientras don Bernardo fue a conseguir el almuerzo, la madre y la niña jugaban con la arena. Luego fueron al kiosco para protegerse del sol, almorzaron pescado frito, arroz con coco y patacones.

Los tres no dejaban de mirar a la negra que sacaban el pescado de la sartén. Ellos sabían que existían personas muy oscuras pero en aquella época en Manizales, por el clima tan frío, no vivía gente negra. Se quedaron sorprendidos al mirar de cerca esa mujer tan negra como el carbón, con cabello como lana de oveja oscura pegada al cráneo, los labios muy gruesos dejaban ver dos hileras de blancos dientes; en sus ojos oscuros resaltaba la blancura de la esclerótica, esa membrana que cubre el globo del ojo; tenía las palmas de las manos y las plantas de los pies muy claros, casi blancos. Era gorda y alta. ¡Qué mujer tan rara! Rara para ellos.

Por la tarde regresaron al puerto y al día siguiente fueron al muelle y conocieron barcos de distintas nacionalidades. Cerca al muelle visitaron un sitio que parecía un mercado persa por la cantidad y calidad de mercancías. Allí consiguieron muchas cosas: vajillas para el café, con tacitas, azucarera y jarrita para la leche; jarrones y floreros, todo en fina porcelana china, porcelana casi transparente. También compraron cortes o piezas de seda para vestidos de doña Cecilia, sus hermanas y sus cuñadas. Dos cortes hermosos de crespón chino, color negro, para doña María Rita Jaramillo viuda de Arango y doña Ana Rosa Restrepo de Mejía; estas dos señoras eran las abuelas de mi madre. Allí también encontraron cascabeles para Arturito, el bebé de nueve meses que se había quedado en Manizales con la abuela materna.

Entre los detalles de las compras, había un kimono de seda negra, con un dragón, emblema chino, un dragón cuyo fondo era toda la espalda del kimono, esta figura finamente bordada en seda blanca. Ese kimono duró muchos años, yo alcancé a conocerlo; esta prenda tenía poco uso. En 1.940 el kimono tenía 20 años y aún lucía bonito y me gustaba; lo usaba para los disfraces.

De aquellas compras también conocí la muñeca de mi madre. Era una muñeca con cara, brazos y piernas color piel, fabricada en porcelana alemana. Tenía muchos vestidos que mi abuela y mi madre le cosieron. Llevaba medias blancas y zapaticos negros de charol. Su carita hermosa con mejillas rosadas, nariz recta, su boca graciosa entreabierta dejaba ver diminutos dientes de porcelana blanca; el cabello rubio como el de las damas de los cuadros de Tiziano, el pintor italiano que le dio tono dorado a los cabellos; por eso las abuelas decían: “tiene el cabello rubio Tiziano”. Los ojos de cristal verde aceituna bordeados de lindas pestañas, se abrían cuando la muñeca estaba de pié o sentada y se cerraban cuando la acostaban. Muñeca dormilona decían las niñas de mi época.

Mi abuela quedó fascinada con esa muñeca que tanto se parecía a su hijita; a pesar de que era costosa, la compraron. Mi madre la cuidó como si fuera su hija y la bautizó con el nombre de Ana Rita. Cuando yo era niña, me la prestaba con muchas recomendaciones porque era un gran recuerdo de familia; yo la prefería y la cuidaba más que a mis muñecas.

Mi abuela, mi abuelo y mis tíos Jaime y José Valentín nos visitaban con frecuencia y a veces se quedaban a dormir en mi casa. Una tarde, 29 de diciembre de 1.942, en la hacienda “El Bosque” celebraban el cumpleaños número 26 de mi madre. La familia estaba reunida; yo jugaba con mis hermanitos: Germán de 6 años, Gilberto de 5. Mi padre sostenía en sus brazos a Hortensia, “Tenchita”, mi linda y graciosa hermanita de 2 años, era la consentida de todos.

Libia María de diez meses, dormía en los brazos de mi abuelita; mi mamá servía el dulce cuando José Valentín, su hermano menor, de 13 años, jugando me quitó la muñeca y caminando de puntillas para no hacer ruido, se acercó a mi madre, sobre el hombro le colocó la muñeca para asustarla y lo consiguió; mamá hizo un movimiento nervioso, le dio un fuerte golpe a la linda muñequita que a pesar de tener 22 años seguía luciendo como una niña de cuatro. Con el golpe, la muñeca cayó al piso; como era de porcelana se volvió añicos.
Mi madre y yo, lloramos tratando de recoger aquellos restos que se llevaban lindos recuerdos. Mamá me dio permiso para enterrarla en el jardín junto al rosal de flores blancas. Germán, Gilberto y yo, le colocamos sobre la tumba muchas flores: rosas, hortensias, claveles, pensamientos, margaritas, lirios morados, violetas, etc. etc., una flor de cada planta de aquel hermoso jardín. La pequeña Hortensia miraba sorprendida, tratando de ayudar, sin comprender aquella extraña ceremonia.

Durante mucho tiempo sentía tristeza cuando recodaba la muñeca que se llamaba Ana Rita: la muñeca de mi madre.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Ramón Antonio Arango Mejía, teniente coronel.


El tío abuelo Ramon Antonio Arango Mejía (Hermano del abuelo Jesús María), era teniente coronel en la guerra de los mil días, en el batallón que tenía sede en Salamina. Soltero, No hay registro de descendientes. (No se consiguió fotografía del tío abuelo Ramón)

En el libro del Historiador y presbítero Guillermo Duque Botero “Historia de Salamina. Vida Cultural Siglos XIX y XX Tomo II” publicadopor la Editorial Kelly en 1976, figura la siguiente crónica sobre el tío abuelo Ramón Arango Mejía: “Teniente Coronel Ramón Arango Mejía.- Hijo de don Joaquín Arango Gómez y de doña Sara Mejía Toro".

En la importante obra: “Geografía Guerrera Colombiana”, por don Eduardo Riascos Grueso, leemos: “Llegó a Salamina un distinguido luchador liberal, de origen antioqueño, apellidado Uribe, quien andaba en actividades bélicas y luego figuró en las campañas de Cundinamarca y Tolima durante la postrera guerra civil. Experimentó algún contratiempo, con tal motivo llegó a la propiedad de don Joaquín Arango Gómez, situada en inmediaciones de Sabanalarga. Al manifestarle la pérdida de su cabalgadura y del dinero que llevaba para fines políticos, el señor Arango le cedió generosamente nueva caballería, y a la vez le auxilió con dinero para la continuación de su gira revolucionaria por territorio caldense. El Coronel Uribe agradecido, apuntó en la cartera el nombre de su benefactor y el de todos los hijos suyos. Sobrevino la contienda, y después del combate de Coyaima, en el cual Uribe fue uno de los vencedores, en su carácter de Jefe del Batallón, se dirigió a un joven de fisonomía simpática y atrayente, ensangrentado, y le dijo:

- ¿Cómo se llama usted?
- Yo me llamaba Ramón Antonio Arango.
- ¿Cómo que se llamaba, no está usted vivo?
- Si señor, pero como me han de fusilar…
- ¿Usted es hijo del señor Joaquín Arango, a quien conocí en Salamina?
- Si señor.
- Queda usted en libertad inmediatamente.
- No señor, fusíleme, bien se la orden superior.
- Ya dije a usted que está en libertad, y puede retirarse inmediatamente.

Así lo hizo el joven Arango. Este se expresaba en estos términos porque en el Tolima la lucha fue una verdadera guerra a muerte, pues no se daba cuartel a los prisioneros.

Transcurrió algún tiempo, cayó prisionenro el ya General Uribe en el combate de Tibacuy, y a semejanza de Arango, exclamó: que se me fusile. Reconocido enseguida por aquel vencedor en acción, se dirigió hacie al jefe liberal, diciéndole: “Amigo uribe, está usted en libertad. El General Gutiérrez es inexorable en las órdenes que da, pero la amistad también tiene sus fueros sagrados que respetar. Tome, usted, general, esta bestia y huya”.

En el mismo autor, leemos: “Combate de Coyaima, el 8 de junio de 1901. El nombre de Uribe era Juan Cancio, del ejercito vencedor. El comabte de Tibacuy, tuvo lugar el 27 de julio de 1900 y el vencedor en este hecho de armas, el general Pompilio Gutiérrez Arango”

sábado, 5 de diciembre de 2009

"Elvia"

Por: Cecilia Arango Mejía, 13 de noviembre de 2009


Elvia Arango Duque, 8 años
Ocho años y nueve meses tenía Elvia cuando murió su mamá el 20 de noviembre de 1932. El dos de febrero, día de la Virgen de la Candelaria, cumplió los nueve años. Seis meses más tarde, cuando solo tenía nueve años y medio, murió su papá, el once de agosto de 1933. Ella no quedó sola en el mundo, pertenecía a una familia muy grande, de ancestro antioqueño-caldense, familia que en la segunda década del siglo veinte, emigró a las tierras altas de Tuluá, Valle del Cauca.

Don Jesús María su padre, se había casado a los 18 años con doña Pastora Gómez Vélez de 16. Con Ella tuvo trece hijos. El enviudó a los 37 y Ella murió a los 35 al dar a luz a su última hija, quién le sobrevivió un mes. La sexta hija de este matrimonio, murió de 4 años, se llamaba Elvira y el segundo hijo, Néstor de 17 años, murió pocos meses después de morir su señora madre.

Así aportó Don Jesús María diez hijos a su segundo matrimonio con doña Delfina Duque Gómez, Ella tenía 22 años y El 38. Doña Delfina murió dejando 12 hijos, la última niña murió de 2 meses. La madre murió de fiebre puerperal, enfermedad que se declara después del parto.

Don Jesús María, quedó de nuevo viudo. A los 57 años era un hombre fuerte, simpático y de bonita presencia. Creo que aún tenía ánimo para un tercer matrimonio y otra docena de hijos. Desafortunadamente murió a causa de un accidente que lo dejó medio vivo, o mejor dicho medio muerto, porque se fracturó la columna a la altura de la cuarta y quinta vertebras de las siete cervicales. Solo podía mover la cabeza, pero hablaba con lucidez y buen humor. Así duró tres largos meses; su suplicio empezó el 30 de abril y murió en Manizales, el once de agosto del mismo año. Ciento tres días de sufrimiento para él y su familia, especialmente para Luis Abel, quién lo acompañó todo el tiempo.

25 hijos, 13 del primer matrimonio y 12 del segundo, con el siguiente orden: primero Aura Rosa, segundo Néstor (Murió de 17 años), tercero Jesús María, cuarto María Herminia, quinto Ernestina, sexto Elvira (Murió de 4 años), séptimo José Jesús, octavo Luís Abel, noveno Pastora Emilia, décimo Hernando, undécimo Elvira (Reemplazó el nombre de la niña que murió de 4 años), duodécimo Blanca Celia, décimo tercero Soledad, la última de su primer matrimonio.

De su segundo matrimonio el primero fue Ramón (Reemplazó el nombre del tío coronel, quién murió después de la guerra de los mil días), segundo Ana Julia, tercero Octavio, cuarto María Rita (Cuyo nombre reemplazó el de la tía Rita, quién murió en enero de 1918). Quinto Rafael Arturo, sexto Aurora, séptimo Elvia, octavo Roberto, noveno Heriberto, décimo Ricardo, undécimo Cristóbal, duodécimo Gilma, la última niña quien murió dos meses después de fallecer su mamá.

¡Total 25 hijos! Todos legítimos, como decían los viejos; ninguno fuera de los dos matrimonios de rito Católico.

De los 21 hijos vivos, dos del segundo matrimonio murieron solteros, Heriberto y Ricardo, no dejaron retoños que la familia conozca.


Las diez mujeres (Seis del primer matrimonio y cuatro del segundo) y los nueve hombres (Cuatro del primer matrimonio y cinco del segundo), se casaron por el rito de la Iglesia Católica; tuvieron muchos hijos, muchos nietos y biznietos y tataranietos. Es difícil saber cual es el total de los descendientes de don Jesús María, a pesar de que uno de sus nietos, Bernardo Mejía Arango, se ha dedicado a conseguir nombres, fechas, partidas de bautismo, cédulas, fotografías y muchos detalles más, gastando: “tiempo, trabajo y dinero” como dice una propaganda; también lo ha averiguado por internet, buscando por todo el mundo los sitios a donde algunos de ellos emigraron en busca de nuevos horizontes. Algunos se fueron desde mediados del siglo veinte; los descendientes de Hernando, casi todos son españoles.

Yo pienso que ese abuelo, mas que un fundador fue un poblador de este hermoso país y de algunos sitios del mundo……..


Don Jesús María también fue fundador, porque con sus hijos mayores, algunos parientes, amigos y paisanos colaboró con la fundación de San Juan de Barragán. Ellos construyeron la primera iglesia y muchas casas, algunas ya no existen.

Elvia era muy niña, pero ya comprendía la gran tristeza de perder a sus padres y ver a su familia separada. Sus hermanas adolescentes, Ana julia y María Rita con su hermanito Cristóbal de un año, se fueron a vivir con su hermano Jesús María y su esposa Clarita. Aurora, Elvia y Ricardo de 3 años a la casa de José Jesús y su esposa Cecilia. El resto de la familia, los cinco varones, se quedaron en la casa de Luis Abel. Ramón de 17 los cuidaba, mientras Luís Abel, de 28, viajaba a Manizales con su padre moribundo.

Elvia y sus hermanos, poco después de la muerte de doña Delfina Duque Gómez, su madre. Fila de arriba, de pié, de izquierda a derecha: Ramón, Ana Julia, Rafael Arturo,  Maria Rita, Octavio, Aurora, Elvia, Roberto. Fila inferior, sentados, de izquierda a derecha:  Heriberto, Ricardo, Cristóbal.

Cuando Luís Abel terminó la tarea de cuidar y luego sepultar a su padre, viajó a Cali a visitar a su primo segundo Don Bernardo Mejía Restrepo, casado con doña Cecilia Arango Jaramillo. Allá lo recibieron muy bien, con mucho cariño y atenciones. Cuando la adorable doña Cecilia supo la larga y triste historia del primo de su esposo, dijo amablemente: “Traigan a esta casa a una de las niñas, nosotros la cuidaremos”.

Y así fue. Luis Abel regresó a San Juan de Barragán y organizó a sus jóvenes hermanos y regresó a la casa de Don Bernardo y Doña Cecilia, sus futuros suegros, que ya vivían en La Cumbre. Desde el primer viaje, se enamoró de la hija mayor del primo de su padre…. y volvió a visitarlos, dejando (muy confiado) a Elvia, la menor de sus hermanas. Dos o tres veces fue a visitar a su hermanita, y también a la novia.

Elvia vivió con esta familia en La Cumbre, en Darién y en Restrepo, hasta julio de 1935. El 4 de julio de 1935 regresó a San Juan de Barragán con su hermano Luís Abel, su joven esposa Ana Rita y la bebita Chila de 3 meses. Por aquella época Elvia ya tenía once años. Toda la familia del segundo matrimonio de don Jesús María, fue a vivir con Luís Abel y Ana Rita: desde ese día esa sería la casa paterna de esta familia.

Cuando la pequeña Chila aprendió a conocer a sus seres queridos, amaba a sus tíos y tías como si fueran sus hermanos mayores. Esta niñita era la consentida de todos y Ana Rita la cuñada, fue tratada con mucho cariño y respeto, como si fuera otra hermana. Se repartían los quehaceres domésticos y por las tardes iban de paseo al campo, con fogata y comitiva. Los varones armaban columpio y todos se divertían mucho, pues todos eran jóvenes y alegres y la señora de la casa solo tenía 18 años, unos meses mayor que Ana Julia.

Poco a poco se fueron casando, todos muy jóvenes. Primero Ana Julia de 21 años y María Rita de 18, el mismo día 30 de julio de 1938; Ramón de 23 años, el 15 de enero de 1939. Aurora de 17 años, el 9 de agosto de 1939. Rafael Arturo de 20 años, el 15 de enero de 1940. Octavio de 22 años, el 10 de agosto de 1940.

Elvia no era una niña triste, jugaba, cantaba y reía, como todos los jóvenes de su edad. Tenía un carácter firme y altivo. En sus tareas demostraba mucho talento.

Cuando se casaron sus hermanas y se fueron a vivir lejos, a pesar de que quería mucho a Luís Abel y a Ana Rita, creo que se sintió sola, porque en aquella época en San Juan de Barragán, la gente se divertía poco; no bailaban y los amigos o novios tenían que pertenecer a una familia muy conocida. Las señoras y señoritas estaban dedicadas al hogar, al trabajo y a la oración. Los viernes iban al cementerio; era un paseo fúnebre, porque lo hacían recitando las oraciones para los muertos, repitiendo réquiems y Padre Nuestro hasta llegar al campo santo: todo invitaba a la nostalgia y llanto.

San Juan de Barragán está situado sobre una repisa de la cordillera central, de allí se baja por un declive suave hasta otra pequeña repisa donde está el cementerio. Mirándolo desde arriba con sus tumbas blancas y sus cruces negras, parece un tablero de ajedrez con las fichas en desorden.

Antes de llegar al cementerio se destacaba y creo que aún hoy existe, una casa grande, de teja española; alrededor varios pinos de un verde muy oscuro y más allá un gran cultivo de maíz, en temporadas verde claro y en otras amarillo ocre, cuando estaba las mazorcas secas. Esa era la casa de Don Jesús María y de doña Delfina. Allí nació y vivió Elvia hasta cuando murió su mamá y su papá vendió la casa. El dinero se esfumó en gastos de esa enorme familia, malos negocios del padre desconsolado y desorientado, otra vez viudo y sin saber como atender a su familia, con los problemas de la depresión económica de los años 29 y 30 del siglo 20.

Chila siempre acompañaba a su tía cuando iba al cementerio, a esos paseos fúnebres que organizaban las señoras devotas de las ánimas del purgatorio. A pesar de sus escasos cuatro años, caminaba a la par con los mayores. Para que descansara, algunas personas la llevaban en sus brazos por un rato, luego a caminar! Al paso de su tía.

Cuando Elvia divisaba la casona, prorrumpía en sollozos; lloraba como una niña que de despide de sus padres….. quizá los imaginaba allá en el corredor o en los jardines; lloraban hasta llegar a la tumba de la madre de Elvia y allí dejaban un ramo de lirios morados, muy bellos y abundantes en esa hermosa tierra.

Lirios morados


Yo soy Chila, la niña que acompañaba a su tía en los paseos fúnebres. Han pasado más de setenta años y aún se me contrae el corazón al recordar aquellos tristes sollozos de una joven que lloraba porque había perdido a sus padres.

En la navidad de 1940, regresó el tío Arturo, el mayor de los hermanos de mi madre. Venía de un largo viaje, casi dos años y lejos de la familia. Apenas tenía 20 años y era muy guapo como dicen los españoles y buen mozo como decimos los colombianos. Lo recibieron con mucha alegría. Arturo traía dulces y regalitos para todos, entre ellos una linda cajita de chocolates con una lámina hermosa de unos indios canadienses sorprendidos por un oso “grizzli” (Bella lámina que yo heredé y que aún hoy conservo). Arturo entregó la cajita a Elvia, quien la recibió con su cara roja por la emoción…. todos comprendieron que desde ese momento entre los dos jóvenes había atracción.

Elvia era bonita: su piel color perla, grandes ojos oscuros con pestañas y cejas negras, hermoso cabello ni liso ni crespo, oscuro y brillante. La boca pequeña, lindos dientes como los de toda la familia.

Arturo visitaba a Elvia todos los domingos, le llevaba dulces y detallitos; yo acompañaba a los novios durante la visita, mientras jugaba con mis muñecas.

En 1941 Arturo pidió la mano de Elvia. La ceremonia fue sencilla: reunión de la familia, mis abuelos paternos (Futuros suegros de Elvia), con Jaime de 15 años y José de 11. Ricardo y Cristóbal de 11 y 9 años, mis padres, mis tres hermanitos y yo.

Los novios se casarían en Sevilla, Valle del Cauca, y se irían con los suegros para el Tolima, donde mi abuelo materno compró una finca muy grande.

Mi padre selló la unión recordándole a Arturo el compromiso que adquiría al casarse con su hermana: “Quererla y cuidarla toda la vida”. Arturo dijo: “Claro que la cuidaré, porque la amo”. No se dijo más.

Mi padre viajó a Medellín; allá tenía negocios vendiendo parte del trigo. De regreso fue a Manizales a visitar a sus tías. Ellas le ayudaron a comprar el ajuar para Elvia. Compraron rollos de género para sábanas, sobresábanas y fundas blancas. Solo el blanco se usaba para ropa de cama. También compraron tela para ropa interior y sedas para algunos vestidos; dos especiales, uno color mandarina para la víspera de matrimonio y otro negro de seda importada, muy fina, para el vestido de la boda: al estilo Coco Chanel; era el que se usaba para que la futura esposa tuviera vestido para las escasas ceremonias, que casi todas eran de semana santa o el funeral de algún pariente o amigo; siempre estaban sobrias y elegantes.

Elvia Arango Duque y Arturo Mejía Arango, el día de su boda en sevilla, valle del Cauca, 26 de agosto de 1941


El vestido iba acompañado de zapatos muy finos de charol y un sombrero al estilo “pava”. En el escote cuadrado, dos boches de perla de fina fantasía. Elvia quedó muy linda con ese atuendo. Arturo también lucía muy bien con su terno oscuro: saco, chaleco y pantalón con rayitas grises. Así quedó esta bonita pareja en una fina fotografía de la época. Era el 26 de agosto de 1941, día de su boda.



Fin. Noviembre 13 de 2009
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Nota de Bernardo Mejía Arango, 17 de julio de 2010

Ayer 16 de julio de 2010, estuve en Barragán para reconocer la casa donde vivió y murió la abuela Delfina Duque Gómez, igual la casa donde nació Elvia, mi mamá. La casa de teja española a la que se hace referencia en esta crónica, estaba ubicada en la segunda repisa de la planicie inclinada donde está construido el pueblo. Desde el pueblo se sale hacia el oriente por la calle donde está la iglesia: hay un camino que otrora era la vía para ir al cementerio, por esa vía se llegaba una carretera estrecha llamada callelarga; girando hacia la izquierda hacia el norte, antes de llegar a un sito denominado "Puntabrava", hay una planicie, allí era la casa de teja española de la que habla Cecilia Arango Mejía en esta crónica: la casa ya no existe, lo mismo que el antiguo cementerio donde fue sepultada la abuela Delfina, el cual quedaba más allá de Puntabrava, antes de la desembocadura de callelarga en la vía al municipio de Sevilla; el cementerio se reemplazó por el actual, que queda más cerca del pueblo. El cementerio fue arado y sus muertos quedaron incorporados definitivamente a la tierra; vinieron del polvo y al polvo volvieron.