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domingo, 23 de mayo de 2010

JAIME Y ROSALBA

Por: Bernardo Mejía Arango, Cecilia Arango Mejía, Miryam Mejía Restrepo y Cesar Zuluaga Galvis

Un caserío que había sido fundado en la cordillera occidental en el Valle del Cauca por Anselmo Rendón y Nicanor Grisales en 1913 en un sitio denominado La Culebrera y que posteriormente se denominó El Conto en honor de Cesar Conto, abogado del Colegio Mayor del Rosario, afamado poeta y primo de Jorge Isaac, fue elevado a la categoría de municipio, el 30 de abril de 1925. El nuevo municipio se llamaría Restrepo como un homenaje a Carlos Eugenio Restrepo, el trigésimo presidente de Colombia, quien gobernó entre el 7 de agosto de 1910 y el 7 de agosto de 1914.

Como todos los pueblos fundados por paisas, Restrepo fue diseñado con estructura ajedrezada con una plaza principal, se hicieron casas de bahareque con puertas y ventanas de madera calada, en donde se fundieron magistralmente la guadua de la arquitectura indígena y los decorados en madera, como celosías y los más diversos adornos de las ventanas, con clara influencia árabe heredada a través de los españoles. Para el templo, igualmente significativo en los pueblos de la cordillera occidental del Valle, se destinó el marco norte de la plaza.

Ocho meses y cuatro días después de haber sido elevado Restrepo a la categoría de municipio, nació allí, el 4 de enero de 1926 Jaime Mejía Arango, en una casa de bahareque ubicada a casi dos cuadras de la iglesia. Era la “casa del arbolito”, llamada así porque en su antejardín tenía un arbolito, la casa era el hogar de don Bernardo Mejía Restrepo y doña Cecilia Arango Jaramillo; estaba ubicada a media cuadra de la “casa del aguacate”, casa esquinera donde vivían don Valentín Mejía Toro y su esposa Ana Rosa Restrepo Alvarez del Pino, a quien sus hijos y nietos llamaban cariñosamente la Madre Ana Rosa.

La madre Ana Rosa, procedente de una muy bien posicionada familia paisa de abolengo, era una Institutriz educada en la Normal de Señoritas de Medellín, allá se había casado con don Valentín. Era prima del presidente de la República Carlos Eugenio Restrepo en cuyo honor se le dio al municipio de Restrepo su nombre. A la casa esquinera donde vivieron la madre Ana Rosa y su esposo don Valentín en Restrepo, se le denominaba la casa del aguacate porque en el centro del patio tenía un grande y bien cuidado árbol de esta fruta.

Valentín y Ana Rosa eran los padres de Bernardo, Francisco, María, Ana Rosa (Anita) y María Mercedes. Bernardo, era el más próximo a sus padres. De espíritu emprendedor propio de la genealogía de los Mejía de Villacastin en Castilla y León en España, era un constructor nato, tenía conocimientos de Ingeniería, Agronomía y Veterinaria, gracias a sus ansias de conocimientos, al hábito de la lectura y a la buena capacidad para relacionarse con los personajes importantes de las ciudades y los pueblos donde había estado.

Don Bernardo Mejía Restrepo y doña Cecilia Arango Jaramillo habían contraído matrimonio en Manizales en el templo de la Inmaculada Concepción el 6 de marzo de 1916 y se instalaron inicialmente en Pereira; estuvieron primero en San Joaquín, la finca de propiedad de don Valentín Mejía Toro y doña Ana Rosa Restrepo; en Pereira nació Ana Rita el 29 de diciembre de 1917; viajaron posteriormente a Cali en compañía de don Julio Chica y su esposa Inés Arango Jaramillo, hermana de doña Cecilia. De allí partirían hacia el municipio de La Cumbre donde vivieron por algún tiempo.

A la casa de don Bernardo y doña Cecilia en la Cumbre llegó Luis Abel con su hermana menor Elvia de ocho años; doña Delfina, la madre de Elvia había muerto el 20 de noviembre de 1932 y el cuidado y custodia de la pequeña Elvia de 8 años, le fueron confiadas temporalmente por su hermano mayor a doña Cecilia y a don Bernardo, futuros suegros de Luis Abel: fue con ocasión de este viaje y de otros posteriores, que Luis Abel conoció a su futura esposa Ana Rita, los novios se casaron el 2 de mayo de 1934.

Don Bernardo Mejía Restrepo y doña Cecilia Arango Jaramillo se habían instalado en El Conto procedentes de La Cumbre, al igual que sus padres pertenecían a la generación de paisas que se venían desplazando desde Antioquia y Caldas refugiados de la Guerra de Los Mil Días; desde Antioquia, habían venido huyendo hacia el sur, en busca de protección y un mejor modo de vida e igualmente obedeciendo a su espíritu poblador y colonizador heredado de sus ancestros españoles quienes habían llegado desde diferentes sitios de España en el siglo XVII (Años 1600) al Nuevo Reino de Granada, nombre que tenía Colombia entre 1550 y 1717

Jaime era el tercero de los cuatro hijos que sobrevivieron de los más o menos doce que tuvo el matrimonio de Bernardo y Cecilia, después de Ana Rita (nueve años cuatro días mayor) y Arturo (cuatro años nueve meses y 8 días mayor). El 12 de septiembre de 1929 nacería en el joven y floreciente municipio de Restrepo, José Valentín, quien sería compañero inseparable de Jaime en su niñez y juventud, confidente de sus ilusiones, compañero de andanzas y de correrías, confidente de su amor por una joven, agraciada y esbelta paisita de Sevilla en el Valle del Cauca.

Además de los hijos de don Bernardo y doña Cecilia que hoy conocemos como nuestros padres y/o tíos, Ana Rita, Arturo, Jaime y José Valentín, hubo varios niños y niñas que murieron en edad temprana; en un mes no establecido de 1934 nació Guillermo, quien murió a los siete años; era un niño de cabello rubio casi blanco a quien se recuerda por sus cuentos graciosos y llenos de ingenuidad.

En Restrepo, las actividades de don Bernardo se centraban en una finca cafetera que quedaba una hora de camino desde el pueblo hacia el oriente, pero su esposa Cecilia disponía en el pueblo de una casa confortable con patio amplio con jardines y huerta muy bien cuidados; perduraron en la memoria de sus hijos, los momentos cuando doña Cecilia tiraba puñados de maíz a sus gallinas, las que ocasionalmente se veían amenazadas por “pepita”, una serpiente cazadora que la matrona de la casa había criado y que se refugiaba en un hueco del fogón de leña de la cocina en cuya entrada se colocaba una pequeña totuma con leche para que la culebra se alimentara.

Cuando don Bernardo vendió la finca de Restrepo, él y su familia se fueron a vivir al Darién, desde donde Jaime y José Valentín caminaban con frecuencia atravesando la vega donde hoy día está ubicada la represa de Calima. Generalmente su correría obedecían a los mandados encomendados por don Bernardo.

Jaime y José Valentín eran dos niños alegres e inquietos, que tuvieron vivencias en esas correrías en terrenos de dominio de los Indios Calimas, de allí le vino a los hijos varones de don Bernardo y doña Cecilia el afán por la guaquería: Jaime y José Valentín, en uno de esos mandados fueron testigos de la sacada de una guaca o sepultura indígena. La zona había sido, desde cientos de años atrás a la llegada de los españoles, un área de ricos asentamientos indígenas cuyas tumbas permanecieron escondidas del voraz saqueo de los conquistadores españoles. La tumba indígena que vieron explorar, era rica en objetos y piezas de orfebrería, las más exquisitas figuras de la cultura Calima trabajadas en oro. La guaca estaba al pie de un árbol el cual, a partir de la fecha, los hijos de don Bernardo Mejía lo recordarían como el árbol cerca del cual había sido encontrado un tesoro.

Por estos días en que se escribe esta crónica, conversando con el tío José Valentín, él recuerda a su hermano Jaime como un muchacho gordito desde pequeño, “monito” dicharachero y juguetón, de ojos claros verde-gris, inventor de cuentos y de parangones que en su madurez utilizaría para nosotros sus sobrinos como por ejemplo los de las minas de azafrán, hablando del color de la tierra por los lados de Calima, y las arañas imaginarias que ordeñaba para nosotros a manera de “mamadera de gallo” cuando no había leche para los gastos de la casa.

Las correrías del abuelo Bernardo Mejía Restrepo emulaban a las de sus ancestros asturianos cuando emigraron al Nuevo Reino de Granada y se movieron en forma incansable de uno a otro lado por las montañas de Antioquia y Caldas en el naciente país. De Darién se fueron de nuevo a vivir a Restrepo desde donde Luis Abel, su joven esposa Ana Rita, con la pequeña Cecilia y Elvia la hermana de Luis Abel, ahora de 11 años, saldrían para Barragán; allá, en el hogar de Luis Abel y Ana Rita se reunieron de nuevo los hermanos menores de Luis Abel después de la muerte de doña Delfina; desde ese día, la casa de Luis Abel y Ana Rita sería la casa paterna de la familia Arango Duque.

Fue allí donde en la navidad de 1940, Elvia y Arturo, el hermano menor de Ana Rita pero mayor que Jaime, fueron flechados por Cupido. Se casaron el 26 de agosto de 1941 y entraron a participar de romería de paisas que los llevaría a vivir a Herrera, en el Tolima.

En Barragán, don Bernardo había adquirido la hacienda El Bosque en las goteras del poblado y en las faldas que conducen hasta el río Bugalagrande. Don Bernardo vendió la hacienda y se fue a vivir a Herrera. Es este trasegar estaban Jaime y su hermano menor José Valentín, ahora adolescentes; tendrían que experimentar los rigores del viaje de ida y las amargas experiencias de cruzar de regreso a pié hasta el municipio de Florida en el Valle, el páramo de Las Hermosas en compañía de doña Cecilia su madre.

Allí estaban los dos, Jaime y José Valentín, siempre juntos. En una ocasión, Jaime, en el colmo del aburrimiento en la afinca Campohermoso en Herrera, estuvo apunto de regresar, solo a través del páramo para llegar a Florida y de allí a Sevilla en el Valle del Cauca; fueron el abuelo Bernardo su padre y su hermano José Valentín quienes lo buscaron y lo encontraron en el borde del páramo a punto de emprender la loca empresa de pasar solo aquellos gélidos parajes, empresa muy peligrosa para la época.

Finalmente don Bernardo y su familia estuvieron de regreso en Barragán a la finca que ahora era de propiedad de Luis Abel y su esposa, la tía Ana Rita.

En los primeros días del mes de abril de 1948, la abuela Cecilia de enfermó de apendicitis. Allí estaban juntos de nuevo Jaime y José Valentín, quienes tuvieron que participar en el traslado de la abuela cargada en una cuna o coy hasta el Puerto de Frazadas. En ese entonces la carretera llegaba solo hasta ese caserío. De allí se devolvieron para Barragán, ese sería el último día que verían con vida a su madre. La abuela falleció el 4 de abril de 1948.

Después de la muerte de doña Cecilia, Jaime y José Valentín se fueron a buscar nuevos horizontes. Es así como llegaron a Manizales, al hogar de don Antonio Arango Jaramillo, hermano de doña Cecilia. Don Antonio y su esposa doña María Josefa Arango González acogieron en el calor de su hogar a los jóvenes sobrinos. Allí nació el afecto que Jaime y José Valentín le tuvieron al tío y a su familia, en especial a Rodrigo y a José Edgar. Jaime visitaba con frecuencia el hogar del tío Antonio y después de la muerte de este, a sus hijos.

En Manizales, Jaime y José Valentín conocieron a las hermanas Fredermila y Tulia Jiménez Delgado. A Fredermila la hemos conocido desde siempre como Luz Mila. José Valentín y Luz Mila se hicieron novios, pero los jóvenes hermanos tuvieron que dejar el hogar temporal del tío Antonio y regresar a Barragán al lado de su hermana Ana Rita y su esposo. José Valentín y Luz Mila se casarían el 25 de diciembre de 1956 en la catedral de Palmira. El noviazgo de Jaime y Tulia no prosperó, al igual que no prosperó su noviazgo con una de las primas de la familia Arango, Ema Mejía Arango, hija de José Manuel y Blanca Celia.

Definitivamente el corazón del tío Jaime estaba reservado para Rosalba, una joven de familia paisa, nacida en el hogar de doña Rosa María Echeverri Bustamante y don Gregorio Restrepo Mejía, quienes tuvieron 17 hijos de los cuales sobrevivieron 9: Rosalba, Ignacio, Heberto, Zeneyda, Rubiela, Adiela, Mariela, Gonzalo y Aleyda. Rosalba cumplía con los postulados de la época para lograr un buen matrimonio: bonita, bien educada, de sanas costumbres y de buena familia. El respaldo adicional para el futuro noviazgo estaba dado por el parentesco por parte de don Gregorio Restrepo Mejía, el padre de Rosalba, era primo del abuelo Bernardo Mejía Restrepo; era sobrino de la Madre Ana Rosa.

En un día cualquiera a finales de 1952, Jaime y José Valentín Mejía Arango fueron desde Barragán hasta Sevilla a llevar unos caballos para herrar. Como no tenían donde llegar, Ana Rita su hermana mayor les dio las indicaciones para que buscaran posada en la casa de don Gregorio Restrepo Mejía, por ser primo de don Bernardo Mejía Restrepo. Así lo hicieron y el día de su llagada a Sevilla pernoctaron en la casa de don Gregorio. A unas cuadras quedaba el negocio de la forja que don José Dolores Zuluaga, esposo de doña María del Carmen Echeverri Bustamante, tenía en compañía con Gregorio Restrepo Mejía; allá debían llevar las bestias para colocarles las herraduras.

Durante la tertulia de la noche en casa de don Gregorio y su esposa Rosa María Echeverri Bustamante con motivo de la visita de los hermanos Mejía Arango, no faltaron las miradas de soslayo, discretamente coquetas e inquietas de Rosalba y Zeneyda, las hermanas mayores de la familia ante la llegada de los visitantes, dos jóvenes apuestos que aunque parientes, no podían pasar desapercibidos a los ojos de las bellas jóvenes.

Rosalba alternaba la costura, labor que había aprendido en la casa de Marciana y Lida Aguirre quienes tenía la más famosa modistería de Sevilla, con las labores corrientes de la casa entre ellas el planchado de la ropa blanca, cuidadosamente almidonada a la usanza de la época. Durante aquella noche, Jaime, quien era el mas “avispado” y conversador de los hermanos Mejía Arango, se acercó a Rosalba y colocó la mano en la mesa donde ella terminaba el planchado de la ropa previamente remojada, fijó su mirada en la joven a quien no le era indiferente el pariente, apuesto, buen mozo y buen conversador; en medio del nerviosismo, Rosalba colocó la plancha caliente sobre la mano de Jaime. Este “planchazo” lo recordarían muchos años después sus hijos en medio de la risa, cuando se escribía esta crónica. Al día siguiente, las jóvenes continuaban inquietas y “noveleras” para usar un término paisa cuando algo despertaba curiosidad, el motivo seguía siendo la visita de los apuestos parientes quienes habían sido alojados en su casa.

Jaime no pudo ocultarle a Ana Rita su hermana mayor, el interés que tenía por Rosalba la hija de don Gregorio, a quien encontró además de bella, muy hacendosa. Ana Rita permaneció callada; en ausencia de doña Cecilia, esta sería en su papel de madre sustituta para su hermano menor, una manera de aprobar aquella naciente relación. Los jóvenes volvieron a verse el mes siguiente, esta vez los acompañó el luto en sus corazones.

Ignacio, un educado y bien parecido joven de 25 años quien era el farmaceuta del pueblo, hermano menor de Rosalba, había invitado a su madre doña Rosa María a visitar a Olga Vásquez su novia, después irían a una fiesta taurina que se celebraba en la plaza de Linares. Doña Rosa María se dirigió a su hijo para indicarle que fuera solo a la plaza de toros que luego irían a visitar a su prometida. Así lo hizo Ignacio; se fue a la corrida. Esta fue la última vez que doña Rosa María vio a su hijo con vida.

Era costumbre en las fiestas taurinas, que al final de las corridas se ofreciera un toro manso para ser lidiado por el público, lo denominaban el toro embolado. Ignacio saltó al ruedo, sin haberse percatado que por una equivocación en los encierros, el toro destinado al público era bravo de casta y no manso como lo indicaba la costumbre de las fiestas; y producto de ambas circunstancias, la inexperiencia del joven y la bravura del animal, el joven perdió la vida: el toro le rompió de una cornada las arterias y venas del cuello, faltaban 8 días para casarse son su prometida Olga Vásquez. Zeneyda y Rosalba se encontraban esa fatídica tarde en el teatro, en una función vespertina de cine.

Es así como Ana Rita, en compañía de Jaime y José Valentín fueron a Sevilla con ocasión de la visita de condolencia a la familia Restrepo Echeverri por la muerte de Ignacio; Rosalba y Jaime se hicieron novios y don Gregorio moriría un mes después, producto de la pena moral por la muerte de su hijo. Zeneyda, quien había estudiado en el Liceo Femenino de Sevilla, en ausencia de Ignacio, entró a apoyar a don Gregorio y a Gonzalo quien era empleado del Banco de Colombia, en las obligaciones económicas de la familia: fue nombrada maestra en una vereda de Sevilla.

A la usanza de la época las visitas de Jaime a su prometida se hacían en la sala de la casa ante la supervisión inquisidora de doña Rosa María. La casa de la familia Restrepo Echeverri era esquinera, estaba ubicada en la calle 56 con carrera 48, tenía paredes blancas rematadas en sócalo de tablones de madera hasta la altura de aproximadamente un metro, de color verde claro; tenía tres puerta-ventanas con chambrana igualmente de color verde claro. Un encuentro de los jóvenes enamorados, en una de ellas quedó plasmado en una foto en donde el tío Jaime en una actitud del galán trata de conquistar a la joven con una mirada risueña, Rosalba le corresponde la mirada con fina coquetería pero a la vez con la dignidad y el pudor que acompañaba a las jóvenes bien criadas en el seno de familias católicas y de arraigados principios morales.

Ocasionalmente los novios paseaban por el parque principal de Sevilla con ocasion de la retreta, de gancho o tímidamente tomados de la mano, en compañía de otras parejas de enamorados del pueblo cafetero: Belisa Zuluaga Echeverri y Humberto Victoria Bermeo; Oscar Zuluaga Echeverri y Yuszara Abdala, José Joaquín Zuluaga Echeverri y Maruja Galvis Rojas, Pedronel Rojas y Flor Galvis entre otras.

Rosalba y Jaime se casaron el seis de agosto de 1953 en la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen en Sevilla, en ceremonia presidida por le sacerdote Gabriel Ribadeneira. Jaime llevaba puesto un vestido de paño inglés café claro, camisa blanca, corbata de seda italiana y un sobrero Borsalino, como se estilaba en la década de los años 50. Rosalba llevaba un vestido de yersina color azul turquí, de manga larga, en línea A, de cuello angosto y con prenses laterales a la altura del hombro, los que se iniciaban a partir broches largos de fina fantasía; llevaba un sobrero ajustado al estilo isabelino y una cartera que sus hijas recuerdan como un hermoso "baulito" con el que jugaban siendo niñas.

Luis Abel Arango, su esposa Ana Rita, Arturo y José Valentín asistieron a la boda, se hospedaron en la Pensión Bogotá que estaba situada enfrente de la Iglesia principal. A Ana Rita como hermana mayor, le correspondía asistir a su hermano en los preliminares de la boda en reemplazo de doña Cecilia; en los afanes de último momento y atendiendo una invitación a un desayuno, su último desayuno de soltero, como parte de una atención que ofrecieron don José Dolores Zuluaga y sus esposa María del Carmen Echeverri a la familia Mejía Arango, Jaime desayunó con “rellenas”; en la época era un sacrilegio comulgar sin el ayuno previo establecido por la Iglesia Católica. Nunca hemos sabido como se superó el incidente.

Rosalba y Jaime vivirían muchos y felices años de matrimonio, tuvieron 11 hijos. Se radicaron inicialmente en Sevilla por un tiempo pero luego iniciaron un trasegar por Tuluá, Tesorito que era la finca del tío Luís Abel Arango y su esposa Ana Rita, Barragán en la parte alta del municipio de Tuluá, La Paila en el municipio de Zarzal, Andalucía, nuevamente en Sevilla y finalmente en Pereira. Vivieron de conformidad con los postulados de la Santa Madre Iglesia, estuvieron juntos en la alegría y en el dolor, en la salud y en la efermedad, en la prosperidad y en la adversidad y conforme a las palabras que les dijo el padre Ribadeneira aquella soleada mañana del domingo cuando se casaron allá en el próspero pueblo cafetero de Sevilla: “Hasta que la muerte los separe”.
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Nota de Bernardo Mejía Arango, junio 16 de 2010:
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Con motivo de los funerales en esta fecha, de Maruja Galvis, la madre de Cesar Zuluaga Galvis, estuve observando enfrente de la Iglesia que está en uno de los costados del parque principal de Sevilla, todavía existe la pensión Bogotá que se menciona en esta crónica. No pude resistir la tentación de entrar para verla. Me puse a conversar con el actual propietario a quien entre otras cosas le pregunté desde cuando existía la pensión Bogotá en ese sitio, la respuesta fué: "desde siempre".
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Nota de Bernardo Mejía junio 4 de 2010:
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Lo escrito, escrito está. Esta es una manera de no permitir que esas cosas lindas se pierdan en el cuarto de los reblujos de la vida. Igual es una manera de honrar la memoria de nuestros viejos, por todos los cuidados que nos prodigaron, por todo el cariño que nos dieron, así nos hayan dado fuete todo el que nos chupáramos o le hayan sacado machete a los pretendientes tempranos de las niñas volantonas allá en la casa del Pízamo, en el Pereira de los setentas.

Alguien tiene que poner los recuerdos en el papel para que no se pierdan en la bruma de los tiempos. Es una forma de agradecerle al tío ese que venía desde Pereira, donde las hijas ya no le paraban bolas, a joder a los sobrinos de Buga a las cuatro de la mañana tomando una ducha tempranera y uno el sueño acumulado de todo un año de madrugar a rezar (En ese tiempo yo estudiaba interno en el seminario de los padres Capuchinos en Manizales), a estudiar y a jugar.

Si alguien vivió la vida como Dios manda, ese fue el tío Jaime, exquisitamente jodón, llegó a ganarse el corazón de todos nosotros a punta de ordeñar arañas y culebras imaginarias cuando no había leche para los gastos de la casa, mostrarnos las minas de azafrán cada que podía (Hablando del tono colorado de las tierras a la orilla de algunas carreteras entre las cuales estaban las de Calima), que vivió en una casa imaginaria en la que se deslizaba sobre mantequilla y que se reía de una manera socarrona, escasa en carcajadas las que mas bien salían de su boca a manera de silbidos mientras la barriga le brincaba; esa es la imagen que conservo de mi tío. En medio de toda esta mamadera de gallo llegamos a quererlo casi como a nuestro papá, quien era muy seco y poco expresivo, las vivencias de años lejanos lo tenían doblegado, era callado y casi que esquivamente sumiso.

El tío Jaime, en medio de la vida tan apretada en términos económicos, le dio a su familia una casa en modesto barrio de Pereira pero la llenó de amor, un ingrediente probablemente escaso en las casas de los barrios elegantes; la llenó igualmente de de dulzura, la que se cristalizó en forma de caramelos, todavía recuerdo como estiraba la miel en una horqueta de guayabo especialmente diseñada para esa faena. En su tarea siempre contó con la compañía de Rosalba, a quien le sobraba la paciencia pero igualmente le sobraba el amor y la ternura, estos componentes suavizaban los momentos que el tío, en el afán de hacer las cosas bien, se volvía inmamablemente jodón. Por eso es que era tan bueno ir donde el tío mamagallista y su esposa Rosa como él la llamaba en ocasiones cuando no estaba tan contento como siempre.

3 comentarios:

  1. Gloria Maria Mejia23 de mayo de 2010, 18:19

    Bella cronica!, ignoraba como habia sido el romance de Rosita (mi otra mamá) y de mi tio Jaime. Bernardo, gracias por este escrito.

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  2. JUAN CARLOS MEJIA RESTREPO24 de mayo de 2010, 13:59

    hola mijo. Esta cronica me hizo chocolatear los ojos, esta cargada de muy buenos recuerdos
    gracias

    JUAN CARLOS MEJIA RESTREPO

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  3. Bernardo esta cronica esta como para ser llevada a la tele o mas alla; no desvirtues la posibilidad. Abrazos, Ariel Cuervo de Arango.

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