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domingo, 18 de abril de 2010

EL LAGO DE ARANGUITO Y EL MONUMENTO A LOS COLONIZADORES





Por: Bernardo Mejía Arango

Las fotos que se presentan en esta crónica se encuentran en los siguientes enlaces (Con excepción de la penúltima foto de la parte inferior, que fué tomada por mi, en mi última visita al monumento el 11 de noviembre de 2008):
http://smpmanizales.blogspot.com/2009/05/imagenes-de-manizales.html
http://smpmanizales.blogspot.com/2010/01/manizales-de-ayer-fotos-antiguas-y.html
http://godues.blogspot.com/2007/07/las-maravillas-de-manizales.html
commons.wikimedia.org/wiki/File:Barrio_Chipre...
www.unal.edu.co/viceinvestigacion/manizales.jpg

La historia de la fundación de Manizales, el epellido Arango y el lago de Aranguito están fuertemente vinculados.


Para entender lo anteriormente enunciado, hay que retomar la historia de lo colonización antioqueña, el gran avance de la colonización por parte de antioqueños hacia el sur de dicha región que se hizo muy notorio en la década de 1830 a 1840.

Desde Neira Viejo la ruta era la siguiente: bajaban al río Guacaica, de aquí subían por una dura pendiente hasta llegar a la Cuchilla del Salao y de aquí hasta el Alto de Chipre. Más tarde hubo otro camino que saliendo del actual Neira seguía a Pueblo Rico, de aquí bajaba al río Guacaica, después a las minas de sal del Guineo, luego a la Linda y por último se dirigía al Alto de Chipre.

Cuando los colonos observaban desde Neira el espinazo de la cordillera donde hoy se encuentra el alto de Chipre, veían la forma de un morro gacho; por eso fue el primer nombre que tuvo la región.

El primero en llegar al sitio donde hoy se encuentra el alto de Chipre (Llamado entonces Morrogacho) ,el barrio Chipre y el monumento a los colonizadores, fue don Fermín López, pero después de él llegaron a Morro Gacho Manuel María Grisales, Antonio Ceballos, Joaquín Arango Restrepo, Marcelino Palacio y otros muchos.

De acuerdo con José María Restrepo Maya en sus “Apuntes para la Historia de Manizales” (Biblioteca de Autores Caldenses, Imprenta Departamental, 1990), en 1843, don José Joaquín Arango Restrepo llegó al llegar a Chipre actual, (donde hoy existe un monumento a los colonizadores y donde hubo por muchos años un lago llamado el lago de Aranguito) se subió a la copa de un árbol y fue sorprendido por el magnífico espectáculo que se desplegaba a su vista: en el confín del horizonte, hacia el oriente, los imponentes nevados del Ruiz y Santa Isabel tocando al cielo y apoyados por una serie de enormes montañas azules que se extienden al norte y al sur, al pié de esos empinados gigantes de los Andes, una inmensa extensión de bosques que parecían plantados en una llanura, pues la exuberante vegetación todavía no dejaba ver las ondulaciones del terreno, grandes manchas blancas salpicaban en toda su extensión esa magnífica selva, manchas formadas por las copas de los yarumos blancos que denunciaban la fertilidad del suelo; el silencio de la soledad abajo y el silencio del firmamento arriba; despejado en partes el cielo mostraba su bellísimo azul, y las nubes formaban grupos extraños en la vecindad de las montañas.

Admirado, encantado don José Joaquín Arango Restrepo de tanta belleza, llamó a su compañero, le ordenó que se trepara donde él se hallaba y mostrándole el estupendo panorama que tenían delante, le dijo: “Mira, aquí debió ser el paraíso terrenal”. Esa fue prácticamente la primera visión sobre el área en la cual sería fundada Manizales.

Hoy día el área de Chipre o Morrogacho, está ocupado por el barrio que lleva el mismo nombre, en él se encuentra un corredor turístico, mirador y al final el monumento a los colonizadores antioqueños.

Hay que haber recorrido las montañas de Caldas y Antioquia, para entender el tesón y la verraquera que pusieron estos colonizadores a su empresa de expansión en busca de nuevas y mejores tierras para ellos y sus descendientes. Este entendimiento se hace más claro cuando se visita el monumento a los colonizadores, cuyo autor es Luís Guillermo Vallejo; este monumento está ubicado en el sitio donde se encontraba el antiguo Lago de Aranguito en el extremo del corredor turístico del Alto de Chipre en la ciudad de Manizales.

Este colosal monumento fue construido por el maestro Luis Guillermo Vallejo Vargas entre 1997 y 2002, se utilizaron 50 toneladas de bronce, con la ayuda de todos los manizalitas. Para su elaboración se lanzó una convocatoria a toda la ciudadanía invitándola a que recogieran llaves que ya no usaran, piezas que después fundieron para ensamblar por etapas un monumento que hoy por hoy es uno de los atractivos turístico de la ciudad, el cual queda en el mismo sitio donde llegó el colonizador Fermín López, donde nuestro ancestro José Joaquín Arango Restrepo subido en la copa de un árbol divisó la "planicie" donde está ubicada la Manizales actual y donde se encontraba un lago llamado "El Lago de Aranguito" que se secó para dar paso a la construción del monumento.

viernes, 9 de abril de 2010

LOS ARANGO EN LA FUNDACION DE MANIZALES




Las dos fotos de arriba a la derecha, corresponden a don José Joaquin Arango Restrepo. El original de la foto donde aparece sentado, se encuentra en los albumes de Esneda y Orfilia Arango Arango, hijas del tío abuelo Antonio Arango Jaramillo, residentes en Manizales. (Don josé Joaquín es el tatarabuelo de Ellas). Al reverso de la foto tenía la siguiente anotación manuscrita: "Agosto de 1859" La foto del centro corresponde a don Antonio María Arango

En el año de 1924, el Concejo Municipal de Manizales rindió homenaje a los fundadores de la ciudad mediante un mural en el que figuran 10 personas, cuatro de ellos tienen el apellido Arango: Joaquín Arango, Antonio María Arango, Victoriano Arango y Gabriel Arango, una foto del mural aparece en el libro “Historia de la Ciudad de Manizales, Tomo I, cuyo autor es el Padre Fabo (Tipografía Blanco y negro, 1926).

Ha habido mucha polémica acerca del número de fundadores de Manizales. En la separata del periódico La Patria publicada con motivo de la celebración de los 150 años de fundada la ciudad, después de un juicioso análisis, publica una lista de 20 personajes, como la definitiva en relación con la fundación de la ciudad; en ella figuran varios de nuestros ancestros: Antonio María Arango, Joaquín Arango, Victoriano Arango y Pedro Arango, en ella no figura Gabriel Arango; es decir, el número de Arangos comprometidos en la fundación de Manizales puede ser de cinco y no de cuatro como figura en algunas crónicas.

Los siguientes son datos biográficos de los Arango y su ubicación en nuestro árbol genealógico (Tomados del libro “Diccionario Biográfico de Antioqueños” y con autorización para publicarlos, de su autor Luis Alvaro Gallo Martínez, e igualmente del árbol genealógico de Enrique Pareja Mejía, el cual se puede ubicar en internet en la página Geneanet)

JOSE JOAQUIN ARANGO RESTREPO

En la séptima generación de descendientes de don Domingo Antonio de Arango y Valdés, quien trajo el apellido Arango a Colombia, se encuentra don José Joaquín Arango Restrepo. Es el bisabuelo de nuestra abuela Cecilia Arango Jaramillo (La madre de Ana Rita, Arturo, José Valentín y Jaime Mejía Arango).

Oriundo de Abejorral, nació en Rionegro el 15 de abril de 1809. Hijo de Esteban Arango Botero y Josefa Dolores Restrepo Uribe, se casó el 23 de junio de 1827 con Eulalia Palacio Restrepo, en Manizales. Los abuelos paternos de Joaquín Arango Restrepo son Pedro Pablo Arango Ángel (1754-1836) y su primera esposa María Josefa Botero Echeverri. Los abuelos maternos son Felipe Restrepo Echeverri y María Francisca Uribe Echeverri.

Es uno de los fundadores de Manizales. Su padre ya un poco mayor, quiso salir a buscar una mina de oro acompañado de Joaquín, en este viaje. En esta correría visitaron lo que sería más tarde Neira. Viendo tan magníficas tierras regresó a Abejorral por su familia y retornó con ella continuando hasta el cerro de San Cancio, donde despejó el monte y se instaló allí con su familia, por el año de 1844.

De acuerdo con José María Restrepo Maya en sus “Apuntes para la Historia de Manizales” (Biblioteca de Autores Caldenses, Imprenta Departamental, 1990), en 1843, al llegar a Chipre actual, se subió a la copa de un árbol y fue sorprendido por el magnífico espectáculo que se desplegaba a su vista: en el confín del horizonte, hacia el oriente, los imponentes nevados del Ruiz y Santa Isabel tocando al cielo y apoyados por una serie de enormes montañas azules que se extienden al norte y al sur, al pié de esos empinados gigantes de los Andes, una inmensa extensión de bosques que parecían plantados en una llanura, pues la exuberante vegetación todavía no dejaba ver las ondulaciones del terreno, grandes manchas blancas salpicaban en toda su extensión esa magnífica selva, manchas formadas por las copas de los yarumos blancos que denunciaban la fertilidad del suelo; el silencio de la soledad abajo y el silencio del firmamento arriba; despejado en partes el cielo mostraba su bellísimo azul, y las nubes formaban grupos extraños en la vecindad de las montañas.

Admirado, encantado don José Joaquín de tanta belleza, llamó a su compañero, le ordenó que se trepara donde él se hallaba y mostrándole el estupendo panorama que tenían delante, le dijo: “Mira, aquí debió ser el paraíso terrenal”.

Joaquín Arango fue quien descubrió los termales del Ruiz y de los primeros que subieron al páramo a cazar los ganados salvajes que existían allí. Con Antonio María Arango Montoya, el rico, atravesaron la montaña para buscar la salida al río Magdalena.

Fue el primer procurador municipal en 1850, cuando la parroquia comenzó a funcionar como distrito.

ANTONIO MARIA ARANGO MONTOYA

Sexta generación en la descendencia de don Domingo Antonio de Arango y Valdés. Nació en Rionegro el 3 de junio de 1809, hijo de Pedro Pablo Arango Angel (1754-1836) y su segunda esposa Cipriana Montoya Mejía. Hermano por parte de padre (Pedro Pablo Arango Angel) de Esteban Arango Botero, padre de José Joaquín Arango Restrepo. Es decir, era tío de José Joaquín Arango Restrepo.

Antonio María Arango Montoya, fue uno de los fundadores de Manizales y de los primeros en subir al nevado el Ruiz a cazar los ganados salvajes que había allí.

Con Joaquín Arango Restrepo hicieron un reconocimiento hasta Lérida en busca de un camino que uniera a Manizales con Mariquita y con el río Magdalena.

Fue el primer juez de la ciudad de Manizales, cuando se inauguró su vida municipal. Varias veces concejal y presidente del concejo. Alcalde de Manizales del 1º de agosto al 31 de diciembre de 1854. Se le considera el primer poeta de Manizales.

Casado con Ana María Echeverri Díaz. Nacida en Abejorral, hija de José Cornelio Echeverri Palacio y María Josefa Díaz Ribera, con sucesión.

RAFAEL MARIA VICTORIANO ARANGO MONTOYA

Sexta generación en la descendencia de don Domingo Antonio de Arango y Valdés. Nació en Rionegro el 23 de marzo de 1816 y murió en Manizales.

Hijo de Pedro Pablo Arango Angel y su segunda esposa Cipriana Montoya Mejía. Hermano por parte de padre (Pedro Pablo Arango Angel) de esteban Arango Botero, padre de José Joaquín Arango Restrepo. Es decir, era tío de José Joaquín Arango Restrepo.

Hermano de Antonio María Arango Montoya, Victoriano Arango, también participó en la fundación de Manizales, ciudad de la cual fue concejal en varias oportunidades. Alcalde de enero a noviembre de 1861. Casado en primeras nupcias con María Rosa Arango y en segundas nupcias el 8 de mayo de 1833 en El Retiro, con Benedicta Mejía Londoño, nacida el 1º de abril de 1817 en El Retiro, hija de Aniseto Nicolás Mejía Molina y Dionisia Justina Eleuteria Londoño Marulanda.

GABRIEL ARANGO

El personaje Gabriel Arango mencionado en el homenaje de 1924 por parte del Concejo de Manizales a sus fundadores, no tiene suficiente documentación acerca de su origen. Podría corresponder a Gabriel Arango Botero, nacido el 18 de marzo 1794, Rionegro, Antioquia, Colombia, fallecido el 22 de septiembre 1854, Abejorral, Antioquia, Colombia (a la edad de 60 años). No hay información acerca de su participación en la fundación de Manizales.

PEDRO ARANGO

En varias crónicas de la fundación de Manizales se menciona a Pedro Arango, pero no hay documentación acerca de su segundo apellido. Podría corresponder a Pedro Arango Palacio, quien nació el 31 de enero de 1819 en Abejorral, hijo de Gabriel Arango Botero y nieto de Pedro Pablo Arango Angel y su primera esposa María Josefa Botero Echeverri; es decir tío de Joaquín Arango Restrepo.


EL PROCESO DE LA COLONIZACION Y LA FUNDACION DE MANIZALES

La mayor parte de la siguiente información está tomada de “Manizales a las puertas del siglo 21” Por Albeiro Valencia Llano y Fabio Arias Gómez .
El territorio del actual municipio de Manizales estuvo ocupado por los cacicazgos Carrapas y Quimbayas los cuales a la llegada de los conquistadores estaban en un alto grado de desarrollo económico y social.

Los Carrapas ocupaban las partes más altas, escarpadas y frías de la cordillera; habitaban en casas pequeñas construidas en guadua, situadas en forma de aldeas muy pobladas, y en pequeños valles junto a los ríos y quebradas.

Los Quimbayas fueron un grupo que se asentó en las faldas occidentales de la cordillera central y lograron imponerse a nivel de orfebrería y de cerámica, e influenciar con su cultura a los diferentes grupos indígenas vecinos: Carrapas, Picaras, Paucuras, Pozos, Armas, Zopías y Ansermas.

Los Colonos que llegaron a la a zona, desde 1842, encontraron sepulturas indígenas o Guacas en La Cabaña, Altomira, San Cancio, Alto del Perro, Versalles y otros lugares.
En el siglo XIX el país estaba dividido en cuatro regiones aisladas entre sí:

1. La región del oriente conformada por Cundinamarca, Boyacá y Santander
2. El Cauca que incluía el Chocó y se extendía hasta Marmato
3. Antioquia, que se extendía por el sur hasta el río Chinchiná
4. La región de la Costa Atlántica.

Cada una de esas zonas se comportaba como un país sin relación con las otras regiones y separadas por el río Magdalena y por las cordilleras.

A finales del siglo XVIII se vivía una situación difícil en diferentes puntos de Antioquia por la concentración de la tierra, por la baja productividad agrícola, especialmente en las tierras altas, densamente pobladas y donde los recursos económicos se empleaban en el comercio; esto fue un obstáculo para el desarrollo social para la región y la población que no podía conseguir empleo debía dedicarse al "Mazamorreo" o lavado de arena en ríos y quebradas buscando oro para poder subsistir.

Ante este panorama miles de personas emigraron, iniciando así el proceso de colonización en tierras del Estado o abandonadas.

En el desorden, la crisis y miseria producidas por las guerras de independencia se aceleró la colonización, aumentó el número de familias que se incorporaron a esta "Aventura" y fundaron las poblaciones de Aguadas, Salamina, Pácora y Neira.

Las avanzadas colonizadoras salían de diferentes pueblos de Antioquia, especialmente de Ríonegro, Marinilla, El Retiro, La Ceja, Abejorral, San Vicente y Sonsón, y sufrían numerosas penalidades. Debían cruzar caudalosos ríos sin puentes, entre ellos el Arma, Chamberí, la Honda y el Tapias. La espesura de la selva impedía la penetración de los rayos del sol por lo cual el suelo permanecía húmedo, formando inmensos pantanos camuflados por la hojarasca, llamados "Tiembla Tiembla" que se convertían en trampas mortales.

Además los colonos se encontraban con tigrillos y osos, serpientes, zancudos y mosquitos, con avispas llamadas "Quitacalzón" que producían pánico, y con diferentes tipos de hormigas, entre ellas las que hacían rondas para aprovisionarse de comida y ahuyentaban los insectos, serpientes, micos, conejos y a cuantos animales grandes encontraban a su paso.

Los colonos se movían por las riberas de los ríos de ríos y quebradas y por el lomo de las montañas para orientarse y estudiar el paisaje; el terreno a colonizar debía poseer los siguientes elementos fundamentales: agua, madera (especialmente guadua), árboles frutales y una rica fauna de animales comestibles.

Además se procuraba que el sitio seleccionado tuviese buen clima, prefiriendo las tierras templadas o frías en lugar de las cálidas.

El más importante explorador de las tierras del sur fue Fermín López, nacido en Ríonegro, el cual después de estar presente en la fundación de Salamina emigró con su familia hacia el sur, aproximadamente hacia 1837, y se estableció en la región de San Cancio, desde donde después se iría a fundar a Manizales; aquí organizó viviendas, cultivó roza y sementera; pero con el ánimo de salir de la Concesión Aranzazu cruzó el río Chinchiná y llegó a Cartago, señalando de este modo una ruta de colonización hacia Risaralda y el Valle del Cauca.

El Papel desempeñado por Fermín López reviste gran importancia porque tras sus huellas caminaron otras personas que viniendo de diferentes puntos de Antioquia se sumaron al torrente colonizador.

Después de Fermín López hay un nuevo avance colonizador y llegaron a Morro Gacho Manuel María Grisales, Antonio Ceballos, Joaquín Arango Restrepo, Marcelino Palacio y otros muchos. La ruta era la siguiente: de Neira Viejo bajaban al río Guacaica, de aquí subían por una dura pendiente hasta llegar a la Cuchilla del Salao y de aquí hasta el Alto de Chipre. Más tarde hubo otro camino que saliendo del actual Neira seguía a Pueblo Rico, de aquí bajaba al río Guacaica, después a las minas de sal del Guineo, luego a la Linda y por último se dirigía al Alto de Chipre. Cuando los colonos observaban desde Neira el espinazo de la cordillera donde hoy se encuentra el alto de Chipre, veían la forma de un morro gacho; por eso fue el primer nombre que tuvo la región.

Los colonos llegaban provistos de herramientas: barretones, azadones, palas, regatones, güinches (para rozar y desyerbar), calabozos (especie de machete curvo para rozar), hachas, serruchos de mano y largos para aserrar, limas para amolar, todos estos eran elementos fundamentales para colonizar. Pero además los bastimentos incluían mazorcas de maíz amarillo y de maíz capio, talegas con vainas de fríjol, semillas de papa, colinos de yuca, de arracacha y de plátano; en tarritos pequeños transportaban semillas de plantas medicinales y de algunas matas de adorno.

Pero mientras cultivaban la roza y la sementera los colonos se alimentaban de carne de monte ya que abundaban venados, guaguas, gurres, conejos tatabras y pavas.

Además las primeras familias dispusieron del ganado vacuno que estaba remontado en las llanuras al pie de la nieve del Nevado del Ruiz y que había pertenecido presumiblemente, a una comunidad religiosa de Mariquita.

De otro lado los colonos encontraron minas de aluvión en las quebradas y en los ríos, lo que les permitió disponer de recursos para comprar herramientas de trabajo, ropa y semillas, las cuales adquirirían en Salamina y Neira.

Durante los años 1842 - 1848 la región de Morrogacho fue habitada por numerosos colonos que llegaban con sus familias y se situaron en la Linda, El Tablazo, El Guineo, Morrogacho (Chipre), Plan de Morrogacho (La Francia), Sancancio y La Enea.

Desde 1846 los colonos vivían en Neira pero sus parcelas estaban localizadas en numerosas fincas de Morrogacho; aquí producían artículos de subsistencia (maíz, frijol, plátano, yuca, gallinas, cerdos) y compraban en Neira y Salamina la ropa y las herramientas de trabajo.

Por estos años los habitantes de Salamina y Neira tenían un complicado pleito con la empresa González-Salazar y Compañía que alegaba ser la propietaria de los terrenos que se extendían desde Salamina hasta el río Chinchiná; los colonos confundieron el río Guacaica (entre Neira y Manizales), con el Chinchiná y pensaron que si cruzaban aquél se salían del territorio pretendido por González-Salazar y Compañía.

Por estas razones los pobladores tomaron la determinación de fundar una población en Morrogacho; el 6 de julio de 1848 realizaron la llamada "Exploración de los Veinte" ya que estaba integrada por este número de personas propietarias de fincas, aunque también participaron algunos peones.

La siguiente es la lista de estos exploradores considerados fundadores de la ciudad de Manizales: Antonio María Arango, Joaquín Arango, Victoriano Arango, Pedro Arango, José Pablo Arias, Silverio Buitrago, Antonio Ceballos, José María Correa, José Joaquín Echeverri, Nicolás Echeverri, Alejandro Echeverri, Estaban Escobar, Manuel María Grisales, Vicente Gil, Vicente Giraldo, Juan Antonio Gómez, Marcelino Palacio, José María Pavas, Antonio Quintero y Benito Rodríguez.

La Expedición salió de Sancancio o Rastrojos y se dirigió a lo que hoy se llama La Enea y Tesorito, estaban dispuestos a realizar la población en La Enea, en una explanada que encontraron, rozaron el monte pero pensaron que este poblado quedaba por fuera del camino que de Neira conducía a Santa Rosa de Cabal y Cartago.

Buscaron otro sitio en Las Minitas, en la margen derecha de la quebrada de Olivares, aquí rozaron el monte trazaron la plaza y las calles, pero también abandonaron el sitio por quedar por fuera del camino Neira-Santa Rosa de Cabal.

De aquí marcharon hacia la cuchilla de El Carretero en el camino para La Elvira, pero encontraron el lomo de la cuchilla estrecho, poco sólido y falto de agua por lo que decidieron marchar hacia el punto donde hoy se encuentra la Plaza de Bolívar.

No se sabe la fecha exacta de la fundación del poblado ya que no se hizo acta, además la fundación como tal duró varios días; pero de acuerdo con los protagonistas la fundación como tal duró varios días; pero de acuerdo con los protagonistas la fundación ocurrió el mes de septiembre de 1848.

Durante este mes se limpió el terreno y se organizó la "roza de comunidad" o sea el cultivo de maíz y fríjol para alimentarse posteriormente mientras continuaban la "limpia" del terreno. A continuación se demarcó la plaza principal llamada Bolívar, se separó un lote para construir la iglesia y se repartieron los solares para los pobladores.

Toda esta actividad fue dirigida por Marcelino Palacio, Manuel María Grisales, Joaquín, Antonio María y Victoriano Arango, Nicolás, Joaquín y Alejandro Echeverri, Antonio Ceballos, Vicente Gil y José María Osorio, los cuales deben ser considerados como los más importantes fundadores de Manizales.

Se tuvieron en cuenta varios nombres para bautizar la nueva villa: Morrogacho, Guacaica, Palestina y Manizales; pero se impuso este último por la abundancia de la piedra maní que es una roca granítica de color gris, compuesta por mica, feldespato y cuarzo, muy abundante en los ríos de la región.

Por la abundancia de esta piedra la gente decía que la zona era un gran manizal, región de muchos manizales.

Los fundadores se preocuparon por darle vida legal a la joven villa ya que los terrenos estaban siendo reclamados por la empresa González-Salazar y Compañía. En este sentido Marcelino Palacio quien ya se había enfrentado a esta empresa inició intensa campaña para dejar en claro la fundación de Manizales. Para ello habló con don Mariano Ospina Delgado, vecino de Salamina y Diputado de la Cámara Provincial de Antioquia para que presentara un proyecto de ordenanza que considerara la creación del distrito de Manizales.

El proyecto se presentó el 16 de septiembre de 1849, el 1 de octubre se dictó la ordenanza de la fundación y el 12 del mismo mes fue sancionada por el gobernador, Jorge Gutiérrez de Lara.

Después de esta ordenanza fueron nombradas las primeras autoridades del municipio: Antonio Ceballos, primer Alcalde; Antonio María Arango, Juez y como Procurador, Joaquín Arango. Además se eligió el Cabildo (Concejo) el cual empezó funciones el primero de enero de 1850. Se iniciaba la administración municipal.

sábado, 6 de marzo de 2010

LA HISTORIA OCULTA DE UN LIBRO



Las fotos corresponden en su orden a: Gabriel Arango Mejía, Joaquin Arango Gómez, Jesús María Arango Mejía, Luis Abel Arango Gómez y Cecilia Arango Mejía.

Por: Cecilia Arango Mejía.
Guadalajara de Buga, 28 de febrero de 2010

En diciembre de 1911 le envió don Gabriel Arango Mejía el libro de las Genealogías de Antioquia y Caldas a nuestro bisabuelo Joaquín Arango Gómez, con firma y dedicatoria. Don Gabriel Admiraba a nuestro bisabuelo porque él tenía afición por la filosofía, la historia y las genealogías. En varias ocasiones hablaron acerca de estos temas.

Don Joaquín conocía la historia de sus antepasados; la heredó de su padre y de sus abuelos, con orgullo de familia castellana, asturiana y vasca, en especial asturiana; era una herencia ancestral, repetición atávica.

Don Jaoquín desenredaba los parentescos de las familias de Salamina, Manizales, Medellín y los que por aquella época vivían en el Valle del Cauca: Cartago, Tuluá, Buga, Palmira, Cali. Los parientes y amigos le consultaban, especialmente cuando conseguían novio o novia, para saber de que clase de familia venía la persona con quien se iban a casar. Esta era una costumbre boba; lo critico desde mi punto de vista, porque pienso que la persona amada no vale para nosotros por su familia ni por sus títulos o por su posición social; interesa por su carácter y su valor como humano, y esto lo elegimos sin aprobación de otra persona… ¡Bueno! Así eran los abuelos; y estoy comentando las costumbres de otra época.

Don Joaquín, contento con el obsequio, lo colocó en el mejor sitio de su biblioteca. Allí estuvo el libro durante 19 años hasta el 17 de diciembre de 1930. Cien años después de la muerte de nuestro Libertador Simón Bolívar. Murió don Joaquín a la edad de 80 años. Había nacido el 8 de diciembre de 1850.

El bisabuelo don Joaquín dejó el libro con algunos consejos y su elegante firma, a su segundo hijo, Jesús María el mayor de los varones; la mayor de esa familia fue doña Ana Joaquina Arango de Echeverri. Para nuestro abuelo Jesús María, este libro siempre fue una joya de la familia y lo guardó con cariño y respeto hasta el último día de su vida.

Desde noviembre de 1922, doce años después de fundado el departamento del Valle del Cauca, nuestro abuelo vivía en San Bartolome de Tuluá. Seis meses después de enviudar por segunda vez, sufrió un accidente en Sevilla, Valle. Departía con unos amigos y con algunos de sus hijos mayores, cuando cayó el barandal de las gradas donde estaba recostado; se fracturó la columna a la altura de las vertebras cervicales. Esta historia ya la conté en la crónica “Elvia”.

Mi padre lo llevó al nuevo hospital de Manizales, para que pasara cerca de su familia los últimos días. Mi padre estaba joven, tenía buena salud, mucha fuerza y gran temple; podía fácilmente resolver las dificultades y por eso logró llevarlo desde Sevilla hasta la capital de Caldas, venciendo todos los obstáculos que se presentaban en el camino por aquella época. Lo llevó en camilla, en carro y en tren, hasta llegar a esa ciudad blanca, construida por titanes sobre las faldas del volcán nevado del Ruiz.

Por eso se llama “La Ciudad de las Puertas Abiertas”, porque están estas puertas abiertas para todo: para la civilización y para la gente; con caminos y carreteras hacia el norte y hacia el sur de la Cordillera Central, con caminos hacia el occidente comunicándose con el hermoso Valle del Cauca y el océano Pacífico. Hacia el oriente buscando el camino del río Magdalena y el oriente del país. Mirando hacia el cielo, tiene caminos hacia las nieves perpetuas del “León Dormido”, así han llamado a este volcán del Ruiz, porque está tranquilo y aproximadamente cada cien años se despierta, ruge y se sacude dejando destrucción. Pero algunos nietos y tataranietos de los titanes que fundaron Manizales se quedaron en su ciudad, son pocos los que se fueron.

En la madrugada del 9 de agosto de 1933, tranquilo como buen hombre creyente, con ese valor y esa fe que transmitió a sus hijos, nuestro abuelo Jesús María llamó a mi padre para decirle que se acercaba la despedida.

- Hijo, se acerca la hora de mi muerte. Quiero que le diga a sor Luisa Marie que consiga un clavel fresco y agua bendita para que moje mis labios cuando llegue el último momento. Llame al señor obispo monseñor José de Jesús Salazar para que por favor venga a aplicarme los santos óleos.

Después de una pausa continuó:

- Luis Abel, le recomiendo a mis hijos, todos los del segundo matrimonio. Usted sabe que los hijos de mi primer matrimonio todos están casados. Tienen su familia y sus obligaciones, solo usted está soltero, sabe trabajar y a pesar de la devaluación del año 29, usted conserva su patrimonio

Otra pausa y continuó:

- Hijo, no olvide que usted tiene un gran corazón y nos ha ayudado mucho… sobretodo me ha acompañado siempre… en estos momentos tristes, con tanto desconsuelo por mi segunda viudez… y esta agonía que por voluntad del cielo ha durado 103 días… y aquí está usted conmigo; por eso, confiado le pido que vele por mis hijos.

- Tranquilo papá – dijo mi padre- yo los cuidaré porque los quiero, porque llevan su sangre, porque me han demostrado su cariño y yo los he visto crecer. Trataré de guiarlos y ayudarlos.

Así, mi padre Luis Abel Arango Gómez, octavo hijo de don Jesús María Arango Mejía, el 9 de agosto de 1933, a los 28 años quedó convertido en “padre” de once hermanos, los Arango Duque, menores de 18 años. Fue una labor, una tarea difícil pero la cumplió.

Nuestro querido abuelo continuó hablando. Esos momentos difíciles los repitió mi padre varias veces y siempre lo escuché con lágrimas, me conmovía tanto amor de mi padre por su familia; con él aprendí a querer mucho a mis tíos y tías. Toda mi familia tiene un sitio especial en mi corazón.

Esta familia tan numerosa es de las pocas que continúan unidas, a pesar del modernismo, cuando la gente solo piensa en progresar, escalar posición social y avanzar en una forma individual… son pocos los que piensan en los demás, en la gente que los rodea. Pero yo se que en nuestra familia, la mayoría, con excepción de unos cuantos (Afortunadamente pocos)… siempre, ¡siempre! Están listos para ayudar a sus padres, hijos, hermanos, sobrinos y hasta amigos. Son muchas las historias lindas que tengo para contar en estas “crónicas”, con muchos testigos de esas buenas obras, una de tantas es esta:

“Mi tío Hernando contaba que en junio de 1922, a mi papá se le presentó una gran oportunidad de viajar a Inglaterra becado por la familia Rock & Will. Mr. William Rock y Mrs. Mary Beth Will. Luis Abel de casi 17 años era el secretario o algo así como el estafeta de correo de Mr. Rock; este puesto se lo consiguió su abuelo don Joaquín Arango con su amigo el ingeniero Mr. Rock quien llegó a Manizales con su familia para organizar unos parques y construir unas casas de los Arrubla, Isaza, Jaramillo, Palacio, Gutiérrez y Arango, gente adinerada y descendiente de los fundadores; ellos podían construir buenas casas al estilo inglés. Mr. Rock apreciaba y admiraba el talento y los buenos modales de este joven.

- ¡Es un Lord, un señor, un caballero! –decía el míster-además es muy inteligente. Y quiero que se prepare para que sean un gran ingeniero. Tiene madera, disposición para las matemáticas.

Como mi padre era menor de edad, Mr. Rock le pidió permiso a mi abuelo Jesús María para llevarlo a Inglaterra y él se hacía cargo de todos los gastos. Mr. Rock era muy conocido en Manizales y gran amigo de la familia. Así mi abuelo y mi bisabuelo estuvieron de acuerdo: Luis Abel viajaría a Inglaterra con la familia de Mr. Rock.

Pero sucedió algo terrible. En Julio de 1922 fue primer gran incendio de la ciudad de Manizales. El abuelo Jesús María quedó arruinado, se quemaron su casa y sus negocios. Quedó a la deriva con esta calamidad. Mi padre, con gran pesar, renunció a la beca que tan generosamente le daba la familia Rock y Will. Quería ayudar con dinero a su padre y optó por viajar con su hermano José, solo una año mayor que él; viajarían al Valle del Cauca. Sus amigos le decían que este Departamento tenía buenas tierras que necesitaban hombres jóvenes y fuertes para luchar y salir adelante.

En los primeros días de agosto los dos jóvenes viajaron al Valle, a nuestro Valle del Cauca; este sitio donde algunos creen que existió el paraíso terrenal. José de 18 años, los había cumplido el 7 de julio y Luis Abel próximo a cumplir los 17 el 5 de agosto”. Aquí empieza otra interesante crónica porque veo que me estoy apartando de la crónica de la historia oculta de un libro.

Retomando “la historia oculta de un libro”, decía que nuestro querido abuelo continuó hablando con su voz cansada y con muchas pausas:

- Luis Abel, no me quedan bienes materiales y mucho menos dinero. Usted sabe que con la ruina total del incendio del año 22 aquí en Manizales… y luego la crisis mundial del año 29… ahora estoy a un paso de la muerte y sin poder dejar algo a mis hijos… pero, para usted tengo un libro, vale mucho para la familia; usted lo ha mirado y consultado muchas veces, se llama “Genealogía de las Familias de Antioquia y Caldas”.

- Es un valioso legado donde está la tradición de nuestros antepasados. Fue un tesoro para mi padre porque tiene la dedicatoria de su pariente y autor del libro don Gabriel Arango Mejía; un hombre muy importante: historiador, fundador de la Academia Antioqueña de Historia en 1903. Miembro también de la Academia Nacional de Historia y de la Academia de Estudios Genealógicos de la Argentina.

- Don Gabriel viajó mucho a Europa y en España, buscó documentos en notarías, parroquias, etc. Es un hombre de letras, yo lo admiro mucho y lo aprecio. Ese libro tiene gran valor sentimental para mí. Tiene muchos consejos y la firma de mi padre quien también fue un hombre muy importante en Antioquia y Caldas…

A cada momento el abuelo hablaba más pausado, pero continuó:

- No puedo firmarlo, ni escribir consejos, usted sabe que estoy medio muerto desde el día de mi accidente… el libro lo dejé con mi hermana María del Carmen; ella sabe que desde el día de mi muerte usted sería el dueño de ese importante libro. Quiero que mis hijos y mis nietos conozcan nuestras raíces y sepan porqué nuestra familia es tan orgullosa, pues todas las partidas de matrimonio y nacimiento de nuestros antepasados están en las iglesias y notarías de Oviedo, Pravia, San Martín de Arango y la feligresía de Villagonzay en el Valle de Arango en España, lo mismo que en Bilbao, Santander, Pamplona en el país Vasco, parte y norte de España.

-También pueden buscar en la ciudad de Antioquia Vieja, en Medellín, Rionegro, Marinilla, Sonson, Salamina y Manizales en Colombia.

- Con la ayuda de este libro, don Gabriel, mi padre y yo pudimos encontrar el origen de nuestros apellidos, en el libro está subrayado lo nuestro. Mi padre era descendiente de los fundadores, conocía bien toda esta gente que ha poblado la Cordillera Central.

Mi papá cumplió los deseos del moribundo; llegó sor Luisa Marie, con el clavel y el agua bendita. Esta monja francesa era la superiora del moderno hospital de Manizales. Vino de Francia con otras hermanas de la Comunidad de San Vicente de Paul, las del hábito azul turquesa y la corneta blanca; ese sombrero blanco con alas almidonadas que parecen palomas gigantes y distinguen a las hermanas vicentinas.

Sor Luisa Marie apreciaba mucho a mi padre, a mi abuelo y a su familia. Les contaba historias del santo francés fundador de hospitales en París. También contaba historias de Francia, de la revolución, etc. etc. Por eso sor Luisa Marie consiguió rápido lo que el enfermo pedía y también llamó al Obispo de Manizales monseñor Salazar. Era difícil encontrarlo porque tenía mucho trabajo dirigiendo la construcción de la nueva catedral, ese gran monumento que se destaca en medio de las azules montañas. Esa catedral es uno de los monumentos más importantes de Colombia.

Monseñor aplicó los santos óleos a don Jesús María, colocó el aceite consagrado en la frente, en las palmas de las manos y en las plantas de los pies…. para borrar los rastros de la vida pasada. Rezó las últimas oraciones y parece que el abuelo murió muy tranquilo.

En el hermoso cementerio de la “Perla del Ruiz”, ciudad de algunos de nuestros bisabuelos, descansa don Jesús María, nuestro abuelo. Allá lo dejó mi padre en el mausoleo de la familia; su tumba rodeada de muchos monumentos, estatuas, ángeles y cruces de mármol blanco, contrastan con el verde de los pinos, cipreses y araucarias.

Después del funeral, mi padre visitó las familias de Salamina y Manizales. Su tía María del Carmen le entregó el libro de las Genealogías de Antioquia y Caldas. Con el libro, los buenos recuerdos y mejores consejos de su padre, regresó a San Juan para organizar a sus hermanos. Guardó el libro en un buen sitio y allí estuvo hasta el 2 de mayo de 1934, cuando se casó con mi madre Ana Rita Mejía Arango.

Durante toda mi niñez vi el libro muy cuidado, con los libros de mi madre. Para ella ese libro era de gran interés porque también tenía la tradición de su familia.

Lo leí y estuve varias veces conociendo muchas familias de Antioquia, Caldas, Risaralda, Quindío; Valle del Cauca y Bogotá. Aprovechaba todos los viajes y paseos para estudiar en las bibliotecas y centros históricos. Armé un árbol genealógico con un gran dibujo que mi padre y mi madre admiraron y esto me llenó de orgullo. Realcé los dibujos del libro con colores prisma-color, quedó muy bonito, a mi también me gustaba y quisiera mirarlo de nuevo, pero no sé donde quedó.

De mis antepasados heredé el gusto por las genealogías, la historia, filosofía y psicología y quizá heredé también las alergias a los libros viejos, los ácaros, el polvo, el moho, etc., y cada día que abría el “bendito libro”, la nariz se me hinchaba, los ojos se ponían rojos y llorosos, en la cara y las manos sentía escozor. Tuve miedo de una grave enfermedad. Sabía que existían virus, bacterias, infecciones, enfermedades contagiosas y empecé a pensar que ese antiguo mamotreto tenía una colección de enfermedades y tuve miedo de que fuera perjudicial para mí, para mi familia o para mis amigos que querían leerlo. Por aquella época no existían las máquinas fotocopiadoras y al copiarlo a máquina era posible que me contagiara antes de terminar la larga tarea de escribir con los índices, aún no sabía escribir a máquina.

Lo pensé muchas veces y un buen día, mejor digo “un mal día”, me levanté muy temprano, encendí una hoguera en el patio de atrás y allí quemé hoja por hoja el sagrado libro. Cuando terminé, me arrepentí, pero ya era tarde, el mal estaba hecho. Yo misma me consolé pensando: “esto estuvo bien, ¿que tal si alguien se contagia y pasa el resto de la vida con los ojos rojos y llorosos, la nariz hinchada y con escozor en la cara y las manos? ¡Yo sería la responsable!”

Me tranquilicé y no comenté nada en mi casa. Solo lo supieron algunos de mis amigos, amigas y compañeras del colegio. A los que les comenté esta historia oculta me decían:

- ¿Y porqué no me lo reglaste?
- Como iba a hacerlo-respondía- explicando: si pensaba que el libro era peligroso para mí, no se lo iba a entregar a otra persona. A mi me enseñaron que mal que no quieras para ti…. no se lo desees a nadie.

Esa era la regla de oro. Si lo regalaba, sería la responsable del mal que el libro contagiara.

El tiempo pasó y un buen día en el comedor de mi casa mi madre dijo:

-¿Cecy, donde está el libro de las genealogías? Quiero prestárselo a doña Esther de Salazar.
- Lo quemé.
- ¿Que dices? ¿Que pasó con el libro?
- Lo quemé mamá.
- ¡Lo quemé! Repitió mi padre abriendo al máximo sus ojos y levantando las cejas.
- Papá, recuerda que al leerlo se ponían rojos y llorosos mis ojos, mi nariz se hinchaba y sentía escozor en las manos y la cara. Yo creía que ese libro estaba contagiado de alguna infección.
-¡Esa no es una infección, es una alergia! ¡Tu alergia! -dijo mi padre visiblemente molesto- Debiste pensarlo antes de quemarlo. No leerlo más y ya. Problema terminado.
- Pero papá, yo creía que era algo grave.
- Debiste consultarlo.
- El libro era mío –dije para justificarme- tu me lo regalaste.
- Con mayor razón; yo te lo obsequié pensando en que te agrada la historia de los recuerdos de familia. Allí teníamos la firma de don Gabriel, la firma de mi abuelo (de mi papito Joaquín), además mi padre lo apreciaba como un tesoro de la familia; ese libro representaba la herencia de mi padre.
- Perdóname papá, yo pensaba que estaba obrando bien-repetí esas palabras avergonzada y arrepentida-.

Mi papá así lo entendió; además no era hombre de cantaleta. Daba fin a los problemas arreglando lo que se podía arreglar y olvidando lo que no se podía arreglar. Así nunca mas me molestaron con esa historia del libro de las genealogías. Todos sabían que yo sería la persona que más lamentaría la pérdida del libro.

Varias veces le hablé de ese libro a mi primer ahijado y primo Bernardo Mejía Arango; siempre me regañó por ese error y me obligó a escribir la historia oculta de este libro.

Ahora digo con el confiteor: "mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa. ¡Por mi gran culpa! "
___________________________________________________________________________

NOTA DE BERNARDO MEJIA ARANGO:

En 2003, cuando recién estaba finalizando la recopilación de datos y organización de lo mismos para la elaboración del libro "Genealogía de nuestras familias Mejia Arango y Arango Mejía", mi colega y amigo Alfredo Bohorquez Rios atendió mi encargo de buscar el libro en las librerías de Manizales; finalmente lo consiguió. La copia es de dos tomos y corresponde a la cuarta edición publicada en el año de 1993. Nuestros agradecimientos para Alfredo por su valiosa colaboración. La fotografía del libro que está en la parte superior de esta crónica junto con las fotografías de los personajes involucrado en esta, corresponde a uno de los tomos conseguidos recientemente.

domingo, 28 de febrero de 2010

GABRIEL ARANGO MEJIA, PIONERO DE LA GENEALOGÍA DE NUESTRAS FAMILIAS MEJIA ARANGO Y ARANGO MEJIA. Historia oculta de un libro

Gabriel Arango Mejía y su esposa Ulpiana Arango Bernal

Por: Bernardo Mejía Arango y Cecilia Arango Mejía. Guadalajara de Buga, 28 de febrero de 2010

Esta es la primera crónica acerca del libro “Genealogías de Antioquia y Caldas”, una copia del cual fue enviada por su autor, a nuestro bisabuelo Joaquín Arango Gómez. En la segunda crónica, denominada “Historia oculta de un libro”, describiremos el destino de la copia que inicialmente fue de nuestro bisabuelo.

A partir de nosotros, Bernardo Mejía Arango y Cecilia Arango Mejía, siete generaciones hacia arriba en nuestro árbol genealógico, está ubicado Pedro Pablo Arango Angel quien es nuestro ancestro común con Gabriel Arango Mejía, autor del Libro “Genealogías de Antioquia y Caldas” .

Pedro Pablo Arango Angel, tataranieto de don Domingo Antonio de Arango y Valdés quien trajo el apellido Arango a Colombia, nació en Medellín en 1754 y falleció en La Ceja el 4 de diciembre de 1836. Se casó el 14 de febrero de 1779 con María Josefa Botero Echeverri; tuvieron 8 hijos: Esteban, José Bernardo, José Miguel, Antonio Ambrosio, José Ignacio, Fernando, Pedro Pablo y Gabriel. De estos, Esteban y Gabriel son nuestros ancestros comunes.

Esteban Arango Botero, nuestro ancestro directo, se casó con Josefa Dolores Restrepo Uribe y fueron los padres de José Joaquín Arango Restrepo, bisabuelo de la abuela Cecilia Arango Jaramillo (La madre de Ana Rita, Arturo, Jaime y José Valentín Mejía Arango). José Joaquín Arango Restrepo fue uno de los 20 paisas que fundaron a Manizales.

Gabriel Arango Botero, hermano de Esteban y ancestro de Gabriel Arango Mejía, nació el 18 de marzo de 1794 en Rionegro (Antioquia) y falleció el 22 de septiembre de 1854 en Abejorral (Antioquia). Se casó con Teresa Palacio Restrepo y fueron los padres de Hermeregildo Arango Palacio (Abejorral, 13 de abril de 1827 – Medellín, 18 de octubre de 1890), quien se casó con María del Rosario Mejía Alvarez y fueron los padres de Gabriel Arango Mejía, quien nació en la población antioqueña de Abejorral, el 6 de noviembre de 1872 y murió el 28 de diciembre de 1958 en Medellín. Gabriel Arango Mejía es el autor del libro “Genealogías de Antioquia y Caldas” .

En septiembre de 1973, José Roberto Jaramillo Arango publica la nota biográfica de don Gabriel Arango Mejía, en la contraportada del libro “Genealogías de Antioquia y Caldas”, cuarta edición publicada en 1993 por la editorial Litoarte, a partir de la cual se transcriben casi textualmente sus datos biográficos.

Gabriel Arango Mejía estudió sus primeras letras en Abejorral su tierra natal y luego ingresó al recién fundado colegio de los padres Jesuitas en Medellín, hoy Colegio de San Ignacio y allí se graduó formando parte de la primera promoción de bachilleres de dicho establecimiento en el año de 1891.

Posteriormente inicia estudios de ingeniería, carrera que tiene que truncar al morir su padre, pues las urgencias económicas lo obligan a ponerse al frente de su familia en su condición de hijo mayor.

Desde entonces y cuando solo contaba 18 años, se entrega con devoción y entusiasmo a la actividad que lo destacó, el estudio de la historia, quehacer al que dedicó toda su vida, y que solo interrumpió en vísperas de su muerte, acaecida el 28 de diciembre de 1958.

Alentado por los historiadores Esmeragdo Posada y presbíteros Vicente Ramírez y Juan de Dios Uribe comienza el que habría de constituir su trabajo más significativo y que iniciado 20 años atrás, fue también su primer libro histórico: las “Genealogías de Antioquia y Caldas”, cuya primera edición apareció en el año de 1911.

En no menos ardua tarea, se añaden a esta monumental obra, otras muy significativas que don Gabriel Arango publicó durante su larga vida, aparte de muchos artículos y estudios en revistas especializadas: “Las Cortes Españolas y el Gobierno Civil y Eclesiástico”; “Documentos sobre don Luis Girardot”; “Antioquia y Robledo”; “La Tragedia de un Gobernante: Benavides de Ayala”; “Dónde nació Girardot”. Una segunda edición de las “Genealogías” se hizo en 1942.

Fue don Gabriel Arango Mejía uno de los fundadores de la Academia Antioqueña de Historia, en 1903, junto con el doctor Manuel Uribe Angel, el doctor Fernando Vélez, don Tulio Ospina, don Alejandro Barrientos, don José María Mesa Jaramillo y otros ilustres antioqueños, y así mismo fue, miembro de la Academia Nacional de Historia y de la Academia de Estudios Genealógicos de la Argentina.

Con su gran amigo el notable historiador José María Mesa Jaramillo repasó durante largos años el Archivo del Departamento de Antioquia y de ese contacto con minuciosos documentos y mamotretos antiguos extrajo el material clave para acarar fundamentales cuestiones históricas, entre otras “El testamento de don Gaspar de Rodas” y “La vida y Actuaciones de Sánchez Torreblanca”.

Como director por varios años de ese Archivo y del Museo y Biblioteca de Antioquia, don Gabriel Arango Mejía desarrolló una eficiente actividad no solo para ordenar una cuidadosa selección y catalogación de los materiales históricos allí reunidos sino para salvar de la ruina o la desaparición innumerables documentos apunto de perderse.

Al terminar su carrea de funcionario y con ocasión del 50 aniversario de la Academia Antioqueña de Historia que él fundara y de la que era único miembro sobreviviente, fue condecorado con la orden Francisco Antonio Zea y nombrado su presiente honorario.

Regresó al seno de su hogar donde continuó su actividad de historiador, que solo interrumpe su muerte. Su último deseo de publicar una tercera edición de las “Genealogías”, lo llevó a acopiar numerosos apuntes biográficos y a corregir y a adicionar muchos de sus apuntes. Don Gabriel no vio realizado su proyecto, pero su archivo particular devotamente guardado por sus herederos ha servido para que su hija Sofía Arango de Arias quien por muchos años fue su ayudante, después de una paciente labor, lo ordenara y revisara para completar en forma amplia la edición cuarta publicada en 1993, de donde se extrajeron estos datos biográficos.

Las “Genealogías de Antioquia y Caldas” es el fruto de 65 años de labor histórica de don Gabriel Arango Mejía, son, a no dudarlo, un aporte definitivo a estos estudios trascendentales que en España y América, con excepción de Flórez de Ocaris en sus Genealogías del Nuevo Reino de Granada, han tenido pocos cultivadores por las dificultades que se presentan para desentrañar en archivos y pergaminos, el origen de sus familias.

Gabriel Arango Mejía consignó en su libro “Genealogías de Antioquia y Caldas”, las descendencias de las principales familias paisas de Antioquia y Caldas y sus orígenes en los distintos sitios de la península Ibérica. En el caso específico de nuestra familia Arango, desarrolló la información varias generaciones a partir de don Domingo Antonio de Arango y Valdés, quien trajo el apellido Arango a Colombia y quien arribó al país allá por el año de 1655. De dos nietos de él, descendemos los Arango de nuestras familias Mejía Arango y Arango Mejía: Miguel y José Eugenio Arango Vélez.

De Miguel Arango Vélez descendemos los Arango por parte del Abuelo Jesús María Arango Mejía. De José Eugenio Arango Vélez descendemos los Arango por parte de José Joaquín Arango Restrepo y su bisnieta, nuestra abuela Cecilia Arango Jaramillo. Es decir, los abuelos paternos y maternos son componentes de dos familias o estirpes afines entre sí.

El seguimiento de las familias lo hizo Gabriel Arango Mejía en su libro “Genealogías de Antioquia y Caldas” hasta don José Joaquín Arango Restrepo. Las investigaciones complementarias de allí en adelante se encuentran en el libro “Genealogías de Salamina” cuyo autor es el sacerdote Guillermo Duque Botero, y en las investigaciones de Enrique Pareja Mejía con quien tuve la oportunidad de trabajar aproximadamente dos años alrededor de los datos genealógicos de nuestras familias. Enrique murió de un infarto hace aproximadamente tres años; en sus estudios se encuentra consignada la ascendencia de nuestra abuela Cecilia Arango Jaramillo hasta el siglo cuarto, 61 generaciones hacia arriba en el árbol genealógico.

domingo, 7 de febrero de 2010

Crónica de Jesús Arango Fernández sobre el apellido Arango



Jesús Arango Fernández, profesor de economía aplicada de la Universidad de Oviedo, España. Tiene un blog denominado "La vuelta al Día de los Arango" donde periodicamente escribe sobre el apellido Arango y todos los aspectos con el relacionados. La siguiente es una transcripción textual, con su autorización, de una crónica escrita por él sobre el apellido Arango.





Sobre la vuelta al día de los Arango
SOBRE LA VUELTA AL DIA DE LOS ARANGOS
Jesús Arango
Los Cabos de Pravia, 6 de diciembre de 2007

¿Qué tienen en común Pancho Villa, el comercio africano de esclavos y un dialecto maorí?, pues que en todos los casos utilizan el término Arango. A explicar algunas cuestiones relacionadas con este apellido de origen asturiano están dedicadas estas notas.

Formo parte de esa generación española que nació con la cartilla de racionamiento debajo del brazo –todavía conservo la mía- y que ha ido envejeciendo utilizando las redes Wifi e Internet. Por el medio han sucedido muchas cosas: se acabó la dictadura franquista, nos habituamos a vivir en democracia y el mundo se ha hecho mucho más pequeño que cuando lo imaginábamos mirando los mapas políticos colgados en las paredes de la escuela o cuando leíamos las aventuras de Marco en aquel gastado libro de lecturas Corazón de Edmundo de Amicis.

Mi infancia transcurrió en una pequeña villa asturiana, Pravia, en una época en la que era muy normal que la gente naciese, viviese y muriese en el mismo sitio. En un marco de vida tan local, con un acceso limitado a la información, tanto por razones técnicas como políticas, nuestras preocupaciones se centraban en las cosas y los asuntos que sucedían dentro de los límites de nuestro valle.

Sin embargo, las cosas para mí comenzaron a cambiar: a diferencia de mis padres, pude estudiar el Bachillerato –comencé con el Plan de 1957- y después salí de mi pueblo a cursar los estudios de Ciencias Económicas, primero en Bilbao y después en Málaga y Madrid. Para entonces ya me había emocionado leyendo la Madre de Máximo Gorki en la versión de la editorial Losada, libro que me había dejado Alfonso Selgas, mi vecino y amigo de juventud. Alfonso Selgas fue ya desde niño un excelente dibujante, que acabó siendo un gran pintor; por el medio, se hizo comunista cuando estudiaba Derecho en Oviedo y lo condenó el Tribunal de Orden Público a un año de cárcel, que cumplió en Jaén y todo porque se había atrevido a embuzonar con propaganda en contra de las elecciones a Procuradores al tercio familiar, a las que se presentaban por Asturias: Robledo y Juan Velarde.

Tengo que confesar que durante todo ese tiempo nunca me preocupó lo más mínimo que significaba el término Arango, cuál era su origen o si había muchos o pocos Arangos por el mundo. Solamente sabía que en mi aldea natal había numerosas personas que se apellidaban Arango, que en Pravia había un carretero que llamaban Aranguito, un río llamado Aranguín y que a cinco kilómetros de distancia de Pravia había un zona conocida como el Valle de Arango.

La primera noticia del significado del término Arango me la dio un navarro, compañero en el campamento de Milicias universitarias en Monte La Reina. Fue durante el verano de 1970, aquel navarro –cuyo nombre no recuerdo- me dijo que la palabra era de origen euskera y que significaba “del Valle de”. Algunos años más tarde, un día cuando buscaba el significado de una palabra en la letra uve de la enciclopedia Larousse, encontré por casualidad el término Villa, Pancho y la remisión siguiente: véase Doroteo Arango. Descubrí que había Arangos más allá de Asturias y que alguno había sido famoso en la revolución mexicana de los primeros años del pasado siglo.

Bastante años más tarde, allá por el año 2000, curiosamente revisando el contenido de varios Boletines del Instituto de Estudios Asturianos, actualmente conocido como RIDEA, encontré de nuevo el origen euskera del término Arango en un artículo de Francisco García Berlanga[1]. En este trabajo, Francisco García Berlanga se refiere a la estabilidad de las palabras en toponimia, señalando “que tienen un significado geográfico, como valle, monte, río, vega, etc. Así en euskera al valle se le llama Aran, de ahí aparece el bilingüismo de Lérida: Valle de Aran. Es decir, al lugar se le llama Aran de acuerdo con su situación geográfica”. Por otra parte, Francisco García Berlanga señala que las terminaciones -ango y andi, se dan con mucha frecuencia en Asturias y el País Vasco. En este sentido, la terminación ango, de Durango, no está definida en ningún sitio y opina que lo correcto es traducirla por encima, o cima como Cimadevilla, etc. Sin embargo, la terminación andi, si está definida en el euskera actual y a veces se traduce como grande y en otras como al otro lado.

De acuerdo con la opinión de Francisco García Berlanga, Arango es palabra tan asturiana como vasca: es euskérica. La zona asturiana de este nombre, que es un valle, no está muy claro a que se llama Arango, García Berlanga piensa que se refiere a algún pueblo sobre el valle[2], pues así ocurre en el caso de Berango en Vizcaya, que está sobre una bera (vega), dentro de la misma vega una parte más alta. Algo similar ocurre con Alango de Vizcaya, que es Arango, está en el pueblo de Algorta y está sobre el valle. Según García Berlanga también hay un Arango en Guipúzcoa, aunque yo no lo he podido localizar.[3]

En la Enciclopedia Encarta aparece el lugar Arango en varios países del mundo, además del Arango de Pravia. Así, en Cuba se encuentran cinco lugares con el nombre de Arango. El primero se encuentra situado en la provincia de Ciego de Ávila, que está cerca de Camagüey, más abajo de Santa Clara y Cienfuegos.

Alrededor de este lugar se encuentran próximos Guayacancito, Tres Ceibas y La Teresa. El segundo Arango de Cuba se localiza en la provincia de Cienfuegos, cerca de Presidio, Socorro y La Vega. El tercer Arango se encuentra en la provincia de Holguín, al sur de la isla, casi en el límite con la provincia de Santiago de Cuba, muy próximo al aeropuerto de Los Mangos de Baragua. El cuarto Arango se localiza en la provincia de La Habana, cerca de los lugares de Monterrey y San Nicolás. El quinto Arango se encuentra en la provincia de Matanzas, que limita con la de la Habana y se localiza al norte de la isla; cerca de este Arango están los lugares de Agüica, Aguiar, Los Pinos y los Arabos.

También en la Enciclopedia Encarta aparece un lugar con el nombre de Arango en el Chad, país del centro de África, que limita al Norte con Libia, al Oeste con Níger, Nigeria y Camerún, al Sur con la República Centroafricana y al Este con Sudan. Este sitio Arango se encuentra cerca de lugares con nombres como Alao, Mountoumoundou, Karfi y Agoundi. Años más tarde, navegando por Internet, encontré por casualidad una posible explicación a la existencia del topónimo Arango en África. Se trata del significado de la palabra Arango en el Brainy Dictionary: un amuleto de cornalina no pulida, que fue importado en el pasado de Bombay para su utilización en el comercio africano de esclavos.

El Chad, ya desde la Edad Media, fue un cruce de rutas entre los mercaderes musulmanes y las tribus nativas y enlace importante entre África y Oriente Medio. Durante varios siglos (desde el XIII hasta 1840) este espacio estuvo sometido por el imperio Kanem-Bornu, controlado por un grupo llamado los kanuri. Este pueblo controlaba las rutas de mercado hacia el norte de África: a cambio de telas, sales, minerales y esclavos, los kanuris recibían cobre, armas de fuego y caballos.

Por tanto, no parece extraño que un término ligado al comercio de esclavos, como es el de Arango, se haya convertido en una localidad del Chad: probablemente sería el sitio donde se realizaba el intercambio de esclavos.
Además, existe un lugar llamado Arango en Papúa-Nueva Guinea, cerca de núcleos como Pankin, Akaian, Ombos y Orenari. Nueva Guinea se encuentra al norte del denominado Territorio Norte de Australia, cerca están también las Islas Molucas, algunas islas que pertenecen a Indonesia y el Mar de Timor. Al este se encuentran las Islas Salomón, las Islas Fiji y Nueva Caledonia. En relación con esta localización encontré hace unos años una página web sobre la cultura maorí, hospedada en San Diego, en la que se citaba a un dialecto llamado Arango. No he podido volver a localizar esta página web, a pesar de haberlo intentado en varios ocasiones.

En la enciclopedia Encarta he encontrado también los sitios siguientes: El pueblo de Aldea de Arango en la provincia de Toledo, al norte de Talavera de la Reina y cerca de la localidad de Arenas de San Pedro en la provincia de Ávila; la localidad Los Arango en el departamento de Piura en Perú; la localidad San Felipe de Arango en el Estado de Jalisco en México y la localidad Aranguito en la provincia de La Habana en Cuba. En Muros de Nalón existe una travesía que es conocida como la Calea Arango.

[1] Véase “Topónimos asturianos de origen euskera” de Francisco García Berlanga, publicado en el Boletín del IDEA, nº 107, septiembre-diciembre de 1982, páginas 719-734

[2] En efecto, el núcleo de San Martín de Arango se encuentra en una ladera del Valle de Arango

[3] En el Nomenclátor del Censo de Población del INE de 1991 no figuraba ningún término con ese nombre en Guipúzcoa

Publicado por Jesus Arango Fernandez en "La Vuelta de día de los Arango"

sábado, 16 de enero de 2010

BERNARDO MEJIA RESTREPO Y CECILIA ARANGO JARAMILLO: LA PUJANZA DE UNA RAZA


Por: José Valentín Mejía Arango, Cecilia Arango Mejía y Bernardo Mejía Arango

Guadalajara de Buga, 16 de enero de 2010


El primer día de enero de 2010 fuí a visitar a José Valentín Mejía Arango, hermano menor de mi padre. Pasé la mañana muy contento escuchando los “recuerdos” del tío. El había cumplido 80 años el 12 de septiembre de 2009, pero continúaba lúcido y con buena memoria.

Me impresionó el relato de su viaje por el páramo de Las Hermosas, cuando tenía 13 años. Mi tío empezó su historia diciendo:
“Ahora, en el otoño de mi vida, tengo frescas las imágenes de mis padres. Don Bernardo Mejía Restrepo era un hombre de mediana estatura, “acuerpado” como decimos los paisas, pero no era gordo. Tenía la piel blanca, los ojos, los cabellos y la barba color café. Diariamente rasuraba su barba y en los últimos años se dejaba el bigote, bien cuidado. Nació el 25 de febrero de 1892 en Manizales murió el 12 de noviembre de 1955 en Cali; tenía 63 años largos, aún lucía joven.

Doña Cecilia Arango Jaramillo de Mejía, era alta, delgada, blanca, de ojos azules. Se peinaba recogiendo su hermoso cabello hacia atrás, peinado que sostenía con dos peinetones muy bonitos; mi madre murió en Tuluá, de 49 ½ años, después de una cirugía del apéndice; Ella había nacido en Manizales, el 11 de noviembre de 1898, seis años menor que mi padre.
Mi padre tenía buenas ideas como constructor, como Agrónomo y como Veterinario. Leía y sabía mucho de estas tres profesiones; por eso sus amigos y conocidos le pedían opinión y consejo. Sus inquietudes y proyectos los realizó en sus fincas. Viajaba; viajaba mucho, pero donde se instalaba llevaba su familia.

Mi madre lo acompañaba en sus correrías y viajes; Ella era fuerte y valerosa como sus antepasados, varios de ellos fundadores de Manizales; el más importante era su bisabuelo don Joaquín Arango Restrepo: fue ese bisabuelo el que escogió el sitio donde se fundaría la ciudad.
Los dos tenían espíritu emprendedor; donde llegábamos, él compraba buenas tierras, luego traía constructores de Manizales, Pereira o Cali. Dirigía la construcción de la casa y los establos. Sus casas eran grandes y cómodas. Casi siempre invitaba a un amigo ingeniero Agrónomo y con él y los trabajadores organizaban las huertas, los jardines y el cultivo de los pastos.

Mis padres tenían buenas amistades; siempre estábamos acompañados y visitados por gente importante de la ciudad o el pueblo donde llegábamos. Ellos, mis padres, eran amables y serviciales.

Cuando la finca o la hacienda empezaba a funcionar con comodidades, nosotros emigrábamos a otros sitios con mejores horizontes. Hermosa y cómoda estaba la hacienda “El Bosque” en agosto de 1941, cuando mi padre decidió viajar al Tolima para empezar de nuevo.


Don Arturo Osorio, un caldense adinerado, tenía muchas propiedades en Tolima y Huila; negociaba con ganado en Barragán, Roncesvalles, Chaparral y La Herrera. Le habló a mi padre de una hermosa hacienda llamada “Campohermoso”. Con este señor compraron en compañía, ese inmenso terreno en las tierras altas del Tolima. Luis Abel Arango, mi cuñado, compró la hacienda “El Bosque” para cultivar el trigo y nosotros viajamos al Tolima. Fue un viaje largo, lleno de aventuras, como las de una novela.

Mis padres invitaron para este viaje a don Julio Chica, su cuñado. Cuñado de los dos porque primero estuvo casado con Inés Arango Jaramillo, la hermana mayor de mi madre. Inés murió muy joven dejando cuatro hijos: Evelia, Edesio, Santiago y Noel.


Luego don Julio se casó con Ana Rosa Restrepo Mejía, la hermana menor de mi padre. Esta era la tía “Anita”, con ella tuvo seis hijos: Inés, Ligia, Julio; Fernando. Ana Rosa y Esneda.
Don Julio vendió sus propiedades en Restrepo (Valle) y viajó con su familia a nuestra hacienda “El Bosque”, situada muy cerca de San Juan de Barragán. Allí se encontró con su hermano don Francisco y su familia; ellos también viajarían al Tolima. Los tres señores: mi padre, don Julio y don Francisco viajaron a La Herrera con don Aturo Osorio, para cerrar el negocio. Los cuatro compraron aquel inmenso terreno.

El 20 de agosto de 1941 viajamos a Sevilla; allá se casaron el 26 de agosto, Arturo mi hermano mayor de 21 años, con Elvia Arango Duque de 17.

A Sevilla llegaron dos de los hijos mayores de Don Julio: Santiago y Noel, este último casado con Graciela Arias; llevaban su primer hijo Arnoldo de 8 meses. Todos los viajeros llegaron a Sevilla. Iba también don Alfonso Salazar quien por aquella época estaba soltero.

El 27 de agosto salimos para Armenia, Ibagué, Espinal, el Guamo y Saldaña. Pasamos por Chaparral. Ascendimos hasta La Herrera pasando por Rio Blanco y muchas veredas. Cruzamos ríos grandes como el Saldaña y el Anamichú y profundas cañadas; la que más recuerdo es la cañada El Cambray , con muchas cascadas y puentes colgantes, cañadas que teníamos a veces que pasar a pié con los caballos de cabestro; esta es la palabra correcta porque “cabresto” no es castizo.

Después de La Herrera pasando el río Hereje, llegamos a “Campohermoso”, a un lado queda San Jorge, finca de don Julio y al otro la finca de don Francisco, no recuerdo el nombre ….. creo que era “El Jardín” porque la separaba del resto del terreno la quebrada El Jardín. En esa quebrada que también bañaba nuestro terreno, Jaime y yo hicimos un charco para bañarnos y lo disfrutamos muchísimo. Mi hermano Jaime era tres años mayor que yo; él nació el 4 de enero de 1926 y yo el 12 de septiembre de 1929.

La parte de la hacienda que nos correspondía, no tenía casa; mi padre la escogió para hacerla a su gusto y el de mi madre. La familia se quedó en el pueblo mientras construían. Mi padre hizo los planos y la casa quedó muy grande y muy bonita.

Todo iba bien hasta que mi hermano Arturo y su esposa Elvia decidieron regresar al Valle del Cauca; allí tenían muchos amigos y familiares. Así, el 25 de septiembre de 1942, trece meses después de su matrimonio, regresaron al “Bosque” y mi hermano, que era buen mecánico manejaba las máquinas que Luis Abel había traído de Inglaterra y Suiza para procesar el trigo de sus grandes cultivos; todavía recuerdo la recua de mulas en la plaza de Barragán, cargadas con los bultos de trigo; salían para Sevilla y regresaban cargadas de remesa para las tiendas y las fincas.

Un mes después, el 30 de noviembre de 1942, mi hermano Jaime se escapó de la casa e intentó cruzar solo el páramo de La Hermosas, que ocupa los límites entre el Tolima y el Valle del Cauca. Muy angustiados, mi papá y yo salimos en su busca y lo alcanzamos en el refugio “El Auxilio”, antes de comenzar la travesía del páramo.

Al final del año, precisamente el 8 de diciembre 1942, antes de que Jaime se escapara de nuevo, con el permiso de mi papá, viajamos mi mamá, Jaime y yo. Nos sentíamos jóvenes, sanos y fuertes. Pero en realidad lo que mas fuerza nos daba, era el deseo de regresar.

Decidimos hacer el viaje cruzando el páramo de Las Hermosas; por aquella época, mucha gente hacía este viaje, y nosotros lo hicimos pensando que era que era un camino más corto y económico. Mi madre, Jaime y yo salimos desde Campohermoso el 8 de diciembre de 1942; ya te dije antes, mi madre a pesar de ser fina y de modales muy delicados, era una mujer muy valiente, fuerte y arriesgada. Siempre demostraba el temple de su raza. Preparamos las maletas con buenos abrigos y cobijas. Ella calzó sus botines de cuero; eran botas hasta la mitad de la pierna, zapatos adecuados para las largas caminatas por terrenos bastante difíciles.

Así llegamos hasta el refugio “El Auxilio”, desde donde comenzaba la travesía a través del páramo; nos unimos a una familia que llevaba niños. Nos dijeron que demoraríamos un día cruzando el páramo. Madrugamos porque teníamos que hacer el viaje con la luz del día. No podíamos ir a caballo porque hay muchos fangales y lagunas peligrosas. Teníamos que caminar con mucho cuidado. De repente comenzó la lluvia, todo se puso oscuro y creímos que era de noche; afortunadamente encontramos una choza y allí pasamos el resto del oscuro día y la larga noche. Dormimos abrazados a mi mamá para darnos calor.

Cuando llegó la luz del nuevo día y empezamos de nuevo a caminar, nos dimos cuenta que estábamos al lado de una quebrada a la que llamaban “El Purgatorio”, porque tenía las aguas rojas. Jaime y yo nos adelantamos hasta el refugio “Abelino”, al final del páramo, conseguimos café caliente en un termo y comida para mi madre que empezaba a sentirse cansada. Por fin llegamos todos al refugio y empezamos a descender por la ladera occidental del páramo hasta llegar a Florida en el Valle del Cauca. Allí nos enteramos que una familia que hacía la travesía del páramo, había perdido una niña de 10 años en medio de la niebla; la niña se extravió y la encontraron muerta y congelada, sentada junto a un árbol. Nos impresionó la noticia, pero continuamos el viaje.

De Florida a Pradera, Palmira, Tuluá y Sevilla. En Sevilla nos enteramos de que por el invierno, el camino de herradura para San Juan de Barragán estaba muy deteriorado y era peligroso ir a caballo; nos tocó hacer el viaje a pié. A las once de la noche llegamos a la hacienda “El Bosque” en medio de la sorpresa de mi hermana Ana Rita al vernos llegar tan embarrados. La buena comida y la cama limpia nos hizo saber que la pesadilla de ese viaje había terminado”



Así terminó el tío José Valentín, a quien todos le decimos cariñosamente “El tío Chepe”, su interesante historia, este primero de enero de 2010.

Nota del redactor; quienes quieran ver el páramo de Las Hermosas pueden utilizar el siguiente enlace: http://www.paisajesdecolombia.net/Hermosas.html

Quienes quieran ver a Herrera y el camino hasta el páramo de las hermosas pueden entrar en el siguiente enlace:

http://www.google.com.co/search?hl=es&source=hp&q=herrera+tolima&meta=&aq=0&oq=Herrera

domingo, 27 de diciembre de 2009

La muñeca de mi madre



La niña que está en la fotografía de la izquierda es Ana Rita Mejía Arango, de aproximadamente cuatro años. Lleva el collar de perlas de la tía abuela Luisa Arango Jaramillo.
Los tres niños son: Cecilia, Gilberto y Germán Arango Mejía.



Por: Cecilia Arango Mejía. Buga, diciembre 24 de 2009

Cuatro años tenía Ana Rita el 29 de diciembre de 1.920, cuando sus padres, como buenos paisas, aficionados a pasear, decidieron hacer un viaje a Buenaventura para conocer el mar.

Bajaron de la ciudad de Manizales situada en las laderas del volcán nevado del Ruiz. Cruzaron la parte plana del valle del río Cauca. En un planchón pasaron a la margen izquierda de este caudaloso río que avanza hacia el norte bordeando la cordillera occidental, hasta llegar a las llanuras de la costa norte de Colombia; allá inclina su curso para encontrarse con el majestuoso río Magdalena. El Cauca es el principal afluente del río más importante de Colombia: el río Magdalena.

La familia llegó a la Sultana del Valle, a Cali, la capital del Departamento del Valle del Cauca, hermosa y alegre ciudad de clima cálido y gente amable, cruzada por el rumoroso río Cali. De esta ciudad dijo nuestro gran poeta llanero Eduardo Carranza: “Cali es un sueño atravesado por un río”.

De Cali viajaron en tren hasta Buenaventura. Llegaron al Hotel Estación, elegante y antiguo hotel de esa ciudad. Este edificio es patrimonio histórico de Buenaventura, del Valle del Cauca y de Colombia, porque en él se ha hospedado durante muchas décadas, gente importante del Valle del Cauca y de Colombia.

El tren salía muy temprano de Cali y llegaba muy tarde a Buenaventura; era y es un viaje largo, subiendo desde el Valle del Río, trepando despacio y bordeando abismos hasta llegar a la cima de la Cordillera Occidental; luego desciende por entre la selva virgen, sin acelerar la locomotora, dibujando curvas peligrosas y cruzando puentes. Este lado de la cordillera tiene varios ríos y cañadas. El tren parece una enorme serpiente que baja por aquella espesa vegetación, buscando el Océano Pacífico.
Llegaron muy cansados por el largo viaje y el calor sofocante a nivel del mar en la zona tórrida. Se bañaron, cenaron y se fueron a dormir. Al día siguiente muy temprano, viajaron a La Bocana. Un pequeño barco cruzaba la bahía, la hermosa Bahía de Cascajal o Buenaventura, la mejor de Suramérica sobre el Pacífico. Este barquito los llevó de oriente a occidente; casi llegando a mar abierto desviaba su rumbo hacia la esquina norte de la bahía; allí se encuentran las playas de La Bocana, frente a la inmensidad del océano.

Cambiaron su ropa de viaje por el anticuado vestido de baño; el de doña Cecilia era un camisón de seda roja con arabescos negros; las magas al estilo japonés cubrían sus hombros. El escote moderado, la falda un poco larga, caía una cuarta abajo de las rodillas. Completaba singular atuendo un calzón bombacho de la misma seda, con elástico en la cintura y en el borde de la manga del pantalón que llegaba hasta la mitad de los muslos. Ella se sumergió y flotó por mucho rato disfrutando el vaivén de las olas. Cuando salió, el camisón húmedo dibujaba la esbelta y bien formada figura de la linda abuela. Por esa época tenía 22 años.

El vestido de don Bernardo: camiseta y pantaloncillos a la rodilla; las dos prendas tenían rayas horizontales negras y blancas; así lo usaban los actores del cine mudo. El también lucía guapo, buen mozo como decimos los colombianos. Su piel blanca, cabello y ojos castaños; fuerte y joven, tenía 28 años. Con el agua a la cintura, sostenía en sus brazos a la niña. Esta niña no tenía traje de baño, solamente llevaba sus pantaloncitos blancos.

Después del baño se sentaron sobre la arena; ella muy bonita, con la cara rosada donde se destacaban sus maravillosos ojos azules, azul de montañas lejanas; su cabello castaño, brillaba con los rayos del sol.

Mientras don Bernardo fue a conseguir el almuerzo, la madre y la niña jugaban con la arena. Luego fueron al kiosco para protegerse del sol, almorzaron pescado frito, arroz con coco y patacones.

Los tres no dejaban de mirar a la negra que sacaban el pescado de la sartén. Ellos sabían que existían personas muy oscuras pero en aquella época en Manizales, por el clima tan frío, no vivía gente negra. Se quedaron sorprendidos al mirar de cerca esa mujer tan negra como el carbón, con cabello como lana de oveja oscura pegada al cráneo, los labios muy gruesos dejaban ver dos hileras de blancos dientes; en sus ojos oscuros resaltaba la blancura de la esclerótica, esa membrana que cubre el globo del ojo; tenía las palmas de las manos y las plantas de los pies muy claros, casi blancos. Era gorda y alta. ¡Qué mujer tan rara! Rara para ellos.

Por la tarde regresaron al puerto y al día siguiente fueron al muelle y conocieron barcos de distintas nacionalidades. Cerca al muelle visitaron un sitio que parecía un mercado persa por la cantidad y calidad de mercancías. Allí consiguieron muchas cosas: vajillas para el café, con tacitas, azucarera y jarrita para la leche; jarrones y floreros, todo en fina porcelana china, porcelana casi transparente. También compraron cortes o piezas de seda para vestidos de doña Cecilia, sus hermanas y sus cuñadas. Dos cortes hermosos de crespón chino, color negro, para doña María Rita Jaramillo viuda de Arango y doña Ana Rosa Restrepo de Mejía; estas dos señoras eran las abuelas de mi madre. Allí también encontraron cascabeles para Arturito, el bebé de nueve meses que se había quedado en Manizales con la abuela materna.

Entre los detalles de las compras, había un kimono de seda negra, con un dragón, emblema chino, un dragón cuyo fondo era toda la espalda del kimono, esta figura finamente bordada en seda blanca. Ese kimono duró muchos años, yo alcancé a conocerlo; esta prenda tenía poco uso. En 1.940 el kimono tenía 20 años y aún lucía bonito y me gustaba; lo usaba para los disfraces.

De aquellas compras también conocí la muñeca de mi madre. Era una muñeca con cara, brazos y piernas color piel, fabricada en porcelana alemana. Tenía muchos vestidos que mi abuela y mi madre le cosieron. Llevaba medias blancas y zapaticos negros de charol. Su carita hermosa con mejillas rosadas, nariz recta, su boca graciosa entreabierta dejaba ver diminutos dientes de porcelana blanca; el cabello rubio como el de las damas de los cuadros de Tiziano, el pintor italiano que le dio tono dorado a los cabellos; por eso las abuelas decían: “tiene el cabello rubio Tiziano”. Los ojos de cristal verde aceituna bordeados de lindas pestañas, se abrían cuando la muñeca estaba de pié o sentada y se cerraban cuando la acostaban. Muñeca dormilona decían las niñas de mi época.

Mi abuela quedó fascinada con esa muñeca que tanto se parecía a su hijita; a pesar de que era costosa, la compraron. Mi madre la cuidó como si fuera su hija y la bautizó con el nombre de Ana Rita. Cuando yo era niña, me la prestaba con muchas recomendaciones porque era un gran recuerdo de familia; yo la prefería y la cuidaba más que a mis muñecas.

Mi abuela, mi abuelo y mis tíos Jaime y José Valentín nos visitaban con frecuencia y a veces se quedaban a dormir en mi casa. Una tarde, 29 de diciembre de 1.942, en la hacienda “El Bosque” celebraban el cumpleaños número 26 de mi madre. La familia estaba reunida; yo jugaba con mis hermanitos: Germán de 6 años, Gilberto de 5. Mi padre sostenía en sus brazos a Hortensia, “Tenchita”, mi linda y graciosa hermanita de 2 años, era la consentida de todos.

Libia María de diez meses, dormía en los brazos de mi abuelita; mi mamá servía el dulce cuando José Valentín, su hermano menor, de 13 años, jugando me quitó la muñeca y caminando de puntillas para no hacer ruido, se acercó a mi madre, sobre el hombro le colocó la muñeca para asustarla y lo consiguió; mamá hizo un movimiento nervioso, le dio un fuerte golpe a la linda muñequita que a pesar de tener 22 años seguía luciendo como una niña de cuatro. Con el golpe, la muñeca cayó al piso; como era de porcelana se volvió añicos.
Mi madre y yo, lloramos tratando de recoger aquellos restos que se llevaban lindos recuerdos. Mamá me dio permiso para enterrarla en el jardín junto al rosal de flores blancas. Germán, Gilberto y yo, le colocamos sobre la tumba muchas flores: rosas, hortensias, claveles, pensamientos, margaritas, lirios morados, violetas, etc. etc., una flor de cada planta de aquel hermoso jardín. La pequeña Hortensia miraba sorprendida, tratando de ayudar, sin comprender aquella extraña ceremonia.

Durante mucho tiempo sentía tristeza cuando recodaba la muñeca que se llamaba Ana Rita: la muñeca de mi madre.